Manuel Gago

Mercados de pulgas

Mercados de pulgas
Manuel Gago
01 de diciembre del 2014

“Donde lo mío es tuyo y lo tuyo es de los demás...”           

Un pequeño grupo de vecinos de La Molina, de espíritu emprendedor y desprendimiento, organizan cada víspera de las fiestas navideñas un mercado de pulgas. La idea no es el lucro o plusvalía, ni la sobrevivencia ni el negocio redondo. La idea es derivar de la mejor manera todos aquellos objetos útiles pero guardados - en desuso y en buen estado - que les pueden servir a otras personas que los necesiten más que nosotros. 

Gran parte de los peruanos somos cachivacheros, guardamos el cuaderno de colegio, el tapete deshilachado de la abuela o el poncho de alpaca recordándonos la serranía. Cómodas, roperos y depósitos se encuentran abarrotados de cosas que no se usan. Allí están porque tienen un valor sentimental o en algún momento serán usadas nuevamente. Ni lo uno ni lo otro. La polilla y el moho se encargan de destrozar todo aquello que se quiere preservar como si fuera oro. 

El famoso Rastro madrileño ya no es lo que en algún momento vimos, de antigüedades y objetos de valor histórico, obras de arte, artesanía y manualidades que, por unas pelas, se podían llevar a casa. Hoy el Rastro es como la Feria Dominical de Huancayo, una extensión de Polvos Azules, repleto de piratería y productos chinos. En New York, en Manhattan y otros barrios neoyorkinos, todavía sobreviven los mercados de pulgas con auténticos objetos de valor. Las ventas de garaje (garage sale) son famosas en Norteamérica. Se anuncian con simples carteles clavados en el piso y más de uno arma su casa con muebles y objetos de segundo uso. Se encuentra libros, discos, impresos, mapas, fotos y todo tipo de artículos de colección a precios ganga. En Madrid, en un pequeño piso compartido, lucíamos un sillón viejo como el objeto de mayor valor comprado en la calle. 

El Rastrillo organizado por Fundades es lo más pijo que tenemos por acá. Una iniciativa filantrópica cuyos fondos, producto de la venta de artículos de donación, terminan amparando centro de atención para niños y jóvenes abandonados y con discapacidad. 

Tenemos Traperos de Emaús, Ejército de Salvación (Salvation Army), cachina y ferias de pulgas que se organizan por otros lados. En el Reino Unido, como en parte del primer mundo, existen tiendas formales de segunda mano. Mi amigo Gunter, sospechando el final de su otoño, me mandó dejar media casa en una de esas tiendas en Calgary, Canadá, “donde lo mío es tuyo y lo tuyo es de los demás”. Con la desaparición de los abuelitos, los herederos se reparten lo mejor - convertidos en objeto de culto, de valor sentimental sin uso - y el resto acaba en el triciclo del reciclador. 

Tiempo de voltear cajones, hora de sacar todo lo bueno que ya no es útil para deshacernos de tanta chuchería que con demencial devoción guardamos y que bien podría servir a otros que no pueden pagar más. Lo que estorba puede ser riqueza y fortuna para otros; pueden cobrar vida, por precios irrisorios, juguetes que ya no entretienen, ropa de bebé que queda casi nueva, herramientas que ni ajustan ni desajustan, adornos, menaje y tantas otras cosas que ya fueron reemplazadas. Una manera muy sutil y efectiva de compartir algo nuestro con quienes menos tienen… y si es asmático, no puede vivir en ambientes cargados de objetos. 

Por Manuel Gago Medina
01 - dic - 2014  

Manuel Gago
01 de diciembre del 2014

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