Más sobre el QUIÉN educativo

Escuelas necesitan profesionales especializados, no solo pedagogos.

Dos de las expresiones acaso más gratas para los denominados o autodenominados ‘expertos educativos’ son “la extensión de la cobertura educativa” y “el aumento de horas lectivas”.

Ciertamente ambas expresiones podrían (o deberían) resultar encomiables porque –en principio- estaríamos llevando la escuela allí donde nunca estuvo e impartiendo más horas de clase fundamentalmente a niños excluidos de la llamada escolaridad.

Y así como el mejoramiento –aunque sea artificial- en la prueba PISA sirve para la fotografía de la ‘medición del éxito educativo’, también ampliar la cobertura y tener a los chicos más tiempo en la escuela pareciesen constituir motivos de satisfacción para Gobiernos, ministros de Educación y funcionarios. Y –cómo no- motivo hasta de reconocimiento de la burocracia internacional y de no pocos periodistas ‘especializados’ en el tema educativo.

Habría que preguntarles a los estudiantes ‘beneficiados’ con estos logros si los consideran como tales. Porque a lo mejor lo que estamos haciendo es extender redes para capturar el mayor número de estudiantes a fin de que pasen más tiempo sencillamente privados de sus libertades. Sin importar en manos de quién están estos niños y jóvenes y qué es lo que están haciendo. Parece importar más la estadística.

Decíamos en un artículo anterior: “Más allá de esa realidad que nos habla de una paupérrima formación pedagógica en facultades e institutos pedagógicos, una revisión simple del curriculum cursado por los maestros nos muestra cuán alejados están estos cursos de los estudiantes que hoy se tienen en aula. Si a esto le sumamos que muchos eligieron el oficio por default, es claro que por más cursos y capacitaciones que se realicen, los maestros que tenemos en ejercicio no son los personajes indicados para llevar a cabo la “Reforma Educativa” de la que se nos habla y menos para hacer frente a estudiantes cuya plasticidad cerebral y modo de producir sentido han cambiado por influencia de los profundos cambios culturales producidos por las tecnologías de la información”.

Lo cual nos devuelve al QUIÉN, al profesor. Porque en buen romance ¿tiene sentido ampliar la cobertura educativa y extender la jornada escolar si seguimos teniendo los mismos maestros que –aunado a su pobre formación clásica- carecen de competencias y habilidades para hacer frente a estas nuevas inteligencias “reclutadas” por disposición oficial, cuyas motivaciones, competencias y habilidades son hoy ya otras?

Me temo que no. Porque no solo los alumnos que tenemos en aula son más inteligentes, despiertos y cuentan con más fuentes de información, sino porque su realidad exige aquello que las Facultades o Institutos Pedagógicos ignoran o convierten en recetas estériles.

Por la desestructuración o disfuncionalidad familiar, el estudiante requiere afecto. Eso supone maestros formados en inteligencia emocional capaces de alejarse de frustraciones personales e ideológicas que convierten las aulas en espacios de resentimiento.

Por la multiplicación de fuentes de información el estudiante –particularmente el de secundaria- no necesita pedagogos que sepan “algo” de química, física o biología. Necesita un QUIÉN que domine estas materias y que –claro- tenga aptitudes pedagógicas. Urge aquí abrir las puertas a profesionales especializados y no simplemente a pedagogos con mención en “algo”.

Aparte de que en el proceso educativo es sustantivo –lo hemos dicho y lo veremos en siguientes artículos- el dice qué, para qué a quién, cómo y cuándo, el QUIÉN resulta hoy mucho más importante que ayer. No podemos seguir permitiendo que sea un inhibidor de competencias y habilidades de los nuevos estudiantes que tenemos en aula. Un fabricante de frustraciones.

Por: Eduardo E. Zapata Saldaña