Manuel Gago

Marketing político y navideño

Marketing político y navideño
Manuel Gago
21 de diciembre del 2015

Sobre la campaña electoral y el espíritu de la Navidad

La Universidad Pontificia Comillas de Madrid nos enseñó que marketing “es gestión responsable que previene, anticipa y satisface oportunamente al cliente”, que los productos responden a las necesidades de los compradores, que los bienes y servicios nuevos generan necesidad de consumo, que los envases y sus características de fabricación y uso importan a los usuarios, que post-venta es garantía y servicios derivados después de realizada la compra, esencial para la satisfacción plena, total y absoluta del cliente.

Marketing es más que imagen, nombre, marca, prestigio y volumen de ventas. NO es “gato por liebre” bien vestido, perfumado y peinado presentado en sociedad. Su aceptación NO depende de una agresiva campaña publicitaria. Marketing responsable asegura con certeza la satisfacción del producto cuando se le explota, cuando se hace uso de él, sin importar el precio pagado por el bien o servicio adquirido.

La informalidad nacional, la que se recursea en las calles, ratifica con la experiencia lo que se enseña en las aulas; que la relación precio-calidad se impone en el mercado, que los productos llegan al consumidor hoy y no ayer, que el mejor “delivery” está en la ventana de su vehículo, que los clientes saben lo que buscan y dónde encontrarlo, que la recomendación de terceros vale más que spots y paneles por doquier, que la postventa responde al precio pagado. “Lo barato cuesta caro” dicen. Lo barato también responde a un determinado uso y satisfacciones que, como muchas cosas, son relativos.

En tiempos electorales, marketing suena por todos lados. Asesores de imagen le dicen al candidato cómo vestirse, comportarse, sonreír, cargar bebes, besar ancianos, regalar juguetes, servir chocolates en barrios populares nunca visitados, ser padrino de colegiales desconocidos, comer en ambulante, pintar paredes y regalar, además de abarrotes y dinero, mercadería con su cara y su nombre. En Huancayo, uno jugó fulbito en barriada. El candidato emprendedor vestía ropa y zapatilla de marca desentonando con los andrajos de los chuiches. ¿Recuerdan a Carlos Boloña, otrora candidato, durmiendo en esteras?

Con tantas diversidades parecidas y alguna radicalmente opuesta, la oferta no parece enriquecida con pensamientos y palabras que puedan distinguir a unos de otros. Tenemos el producto y no sabemos mucho o nada de sus características de fabricación, de sus conocimientos y experiencias que garanticen satisfacción plena cuando se le use, cuando sea presidente o congresistas, si será bueno para nada, bueno para mucho o mediocre.

Con la Navidad igual. Creyentes y no creyentes pendientes de regalos, abrazos y besos, chocolate, panetón y pavo, alegría y paz. La Navidad convertida en producto que vende bien. Su esencia y origen no importan. Un marketing desviando el sentido de la celebración, rebajando la festividad a un consumismo extremo, contrario a su propósito.

La Navidad cristiana celebra el cumplimiento de la promesa de Dios: el nacimiento de su hijo hecho hombre, la llegada del Mesías, el Cristo, el salvador, “el camino, la verdad y la vida”.

La Navidad es el cumpleaños de Jesús ocupando la cabecera de la mesa en la Nochebuena, dejándose abrazar y besar por los presentes, saltando de alegría al lado de los niños abriendo sus regalos y reconfortando ancianos.

No habría Navidad sin el Cristo reposando en el pesebre para adoración de pastores ignorantes y reyes sabios, prostitutas y cobradores de impuestos, Nicodemos y Arimateas juntos, en una misma comunión.

 

Por: Manuel Gago

 
Manuel Gago
21 de diciembre del 2015

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