Jorge Valenzuela

Mario o el amor burgués

Mario o el amor burgués
Jorge Valenzuela
17 de junio del 2015

A propósito de los amores del Nobel peruano con Isabel Preysler

Aparte de las palabras idiotas de Aldo Mariátegui en su columna del once de junio pasado, del divertimento de Jaime Bayly titulado clasistamente “El marqués y la filipina” (ambos en Perú 21), y de una crónica chismo-costumbrista de Eloy Jáuregui, el segmento de escritores peruanos ha mantenido un silencio cauteloso frente a la separación de Mario Vargas Llosa de su esposa Patricia.

En realidad, lo de la separación ha sido una noticia inesperada (quizá la última que podíamos esperar de nuestro Premio Nobel); una noticia que ha dejado desarmados a quienes lo imaginábamos todavía enamorado de su fiel compañera a la que había dedicado palabras tan sentidas y emocionadas como “El Perú es Patricia”.

Importa poco saber cuánto tiempo hace que la relación entre los esposos devino en eso que se llama “enfriamiento” o qué es lo que los llevó a tomar esa decisión, si es que la decisión fue consensuada. Lo que importa (si algo realmente debe importarnos) es la naturaleza y calidad de la pasión y la honestidad con la que ha sido asumida por Vargas Llosa.

En su libro El amor loco (1937) Breton postula, a partir de una poética del azar y del recurso de la analogía descubridora, que debemos estar siempre atentos a aquello que se presenta ante nosotros de forma inesperada, atentos al amor cuya sublimidad solo puede presentarse así, de súbito, en el momento crucial del hallazgo liberador y que, por sernos normalmente esquivo, debemos atrapar con la violencia y la belleza del caso.

La experiencia transgresora de sus dos matrimonios anteriores nos demuestra que el fuego en el que ardió la pasión vargasllosiana, desafiando a todo el segmento de la burguesía limeña al casarse con una tía política y, luego, con una prima hermana, era como el fuego surrealista que, durante aquellos años sesenta, lo quemó y arrasó todo, empezando por los convencionalismos.

Este último vuelco en la vida amorosa de Vargas Llosa nos demuestra, sin embargo, todo lo contrario. Si bien parece que, de un tiempo a esta parte, estuvo atento a ese llamado salvaje y azaroso del amor y a sus demandas, lo cierto es que estos nuevos arrebatos han sido espectacularizados en el seno de la más rancia burguesía española, y legitimados en las páginas de la más importante revista del corazón europea.

La temprana fascinación de Vargas Llosa por los escritos de Bataille y la obra de Breton, nos llevaron a creer que moriría siendo ese ángel infernal que podía oponerse, por el poder del amor, a las taras de la sociedad burguesa y a sus prejuicios. Cuando Vargas Llosa comentó la híbrida novela Nadja de Breton, hace algunos años, destacaba que la protagonista era una mujer “extraña, soñadora, que parecía habitar en un mundo privado, de miedo y ensueño, en el límite entre la razón y la sinrazón” y que, por esas cualidades, ejercía una atracción subyugante sobre el narrador. Así dichas las cosas, la pasión vargasllosiana se filiaba a un tipo de mujer que “le abría al narrador las puertas de un mundo misterioso e impredecible, de gran riqueza espiritual, no gobernado por leyes físicas ni esquemas racionales, sino por las fuerzas oscuras, fascinantes e indefinibles de lo maravilloso, la magia o la poesía”.

Al haberse enamorado de una socialité (bella por cierto), es decir de una burguesa acomodada dedicada a las actividades benéficas, la caridad y a actos propios de la clase alta como Isabel Preysler, Vargas Llosa nos sorprende a todos, no porque se haya separado de Patricia, sino porque su nueva pareja, esto es, “una mujer de sociedad” inscrita en la convención y en los valores de la burguesía, contradice ese principio básico que sustenta el misterio y la pasión del amor liberador, no convencional, avasallante, que siempre defendió y practicó. ¿Acaso el amor loco y lo burgués no eran antípodas?

¿Dónde quedó ese hombre capaz de poner en riesgo todo (su nombre, su prestigio intelectual) a cambio de vivir la intensidad del amor sin la cual la vida es apenas un remedo, una farsa, una triste puesta en escena en la que si no nos incendiamos por la pasión terminamos siendo apenas unos tristes figurantes? ¿Dónde, ese hombre radicalmente transgresor, ajeno a las prácticas frívolas de los petimetres y de las damas de sociedad? ¿Dónde?

Por Jorge Valenzuela

17 – Jun – 2015.

Jorge Valenzuela
17 de junio del 2015

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