Hugo Neira

Malas buenas noticias

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Hugo Neira
27 de febrero del 2017

Odebrecht y el periodo cámbrico

No estoy en Lima, pero el planeta se ha hecho pequeño. Las noticias circulan en el mundo instantáneamente y en la pequeña pantalla, tanto las calamidades climáticas como las iniquidades de la escena política. No solo la crisis de la natura sino de la cultura. He visto, como cualquier hijo de vecino, los desbordes de ríos, las lluvias que destruyen las pobres casas de adobe del centro de Lima, los taxistas que atropellan a un mujer encinta y se dan a la fuga, las querellas entre congresistas amigos, de todo. El nombre del Perú circula mundialmente en torno a los escándalos Odebrecht. De mi parte, congoja personal y vergüenza ajena.

1. “Los condottieri en el proceso económico, Enrique Meiggs, Augusto Dreyfus, una gavilla de grupos de presión”. Jorge Basadre (Sultanismo,…, p. 84). Lo que nos ocurre no es nuevo. La misma ilusión “por el desarrollo material y las obras públicas”. Odebrecht es el Meiggs del siglo XXI. Y lo de siempre, “pingüe renta fiscal”, derroche atolondrado (casa en Las Casuarinas). Pompa, espectacularidad del gasto. En otros países, los muy ricos son discretos.

2. El malestar general de hoy tiene sentido. Entre muchas desilusiones en torno a Toledo, no estoy pero me lo cuentan amigos. Los sentimientos son también un hecho social (Durkheim, uno de los fundadores de la sociología). Producen fastidio, emociones, que se hacen luego política. Como los implicados en Odebrecht suman tres administraciones, la cosa es seria. Y el desengaño colectivo incalculable. Me dicen que se vive pendiente de lo que sigue, OH, Nadine, si a Toledo lo extraditan o no. Al final, puede que no pase gran cosa. Salvo para funcionarios menores y periodistas con consultorías. Sería lo peor.

3. “Un país no es solo el pueblo”. “Ningún problema más discutido que el problema de los dirigentes, de las elites”. Otra vez Jorge Basadre. “Frente a los distinguidos caballeros que se creen facultados para cualquier exceso porque heredaron un nombre y una cuenta corriente” (1946). Sí pues, las elites. Elite no es elogio. Ortega y Gasset decía: “Siempre hay diez mejores. Los diez mejores pianistas, los diez mejores ciclistas, los diez mejores ladrones”. ¿Me permite el amable lector algo de teoría política en esta nota?

Por los años sesenta, C. Wright Mills pone de moda La elite del poder (1956). Se refiere a los Estados Unidos, la teoría de una sola clase dirigente, políticos, militares, financieros. A mi generación nos sirvió como anillo al dedo. Pero era falsa. Dahl llegará para decir que no. En ¿Quién gobierna?, muestra que hay elites en plural. Incluyendo las elites políticas. Y en una democracia, “puesto que el pueblo nunca gobierna directamente”, lo que hay es una poliarquía. En otras palabras, grupos de poder competentes y distintos se suceden tras el voto democrático. El tema de las elites es decisivo. Está en Pareto, que escribe en 1916 su Tratado de sociología general, tiene 1,860 páginas. Una monstruosidad. Según Pareto, “en todas las sociedades existe una minoría privilegiada o elite en un sentido amplio, que engloba a otra más restringida, la elite gobernante». Y que lo saludable es «la circulación de las elites». Pues bien, desde mi punto de vista no solo estudios, sino experiencia personal. Eso no ha ocurrido jamás en el Perú.

Nunca la minoría en el poder ha admitido a su competidora. No es que la combata políticamente. La costumbre peruana es negarla por completo. Eso ocurrió con el aprismo cuando Haya de la Torre. Ocurre con el fujimorismo de Keiko. El asesinato simbólico del otro. Y se aplica a quien incomode. Izquierda o derecha, si no eres parte del club del achoramiento. Caretas ya lo dijo. “Tránsfugas, militares, médicos y burriers practican y fomentan la cultura del achoramiento, la nueva estrategia de ascenso social y político en el Perú”. ¿Saben cuándo? En el 2000. No se haga, lector, hace rato que se trepa a cómo dé lugar.

Hoy, a raíz de Odebrecht, es la guerra de elites contra elites. Se atacan entre sí, políticos, periodistas. Predominan las acusaciones. Ad hominem. Por ejemplo, la confrontación García Belaunde y Lombardi en RPP (sí, pues, se escucha fuera del país). Sin embargo, a mi modesto parecer, se movieron en lógicas distintas. Pero eso no lo dijo Carvallo. La de Lombardi, la lógica de la política, la misma que Vizcarra, la de sacar adelante el aeropuerto de Chinchero. La de Víctor Andrés, la juridicidad. La adenda. Se repiten agravios a la ley, maniobras proempresa de amigos o familiares. Las afirmaciones de Víctor Andrés, “Vizcarra le ha regalado a la hermana del primer ministro un aeropuerto por cuarenta años», dan la vuelta al planeta.

Visto lo que ocurre, me desvela el vaticinio de Pareto. “La historia es un cementerio de elites”. Pero puede pasar lo contrario. El efecto Odebrecht sería una suerte de periodo cámbrico a nivel nacional. Si no lo sabe —no todo el mundo ha tenido secundaria en una unidad escolar con maestros laicos que explicaban Darwin— un momento espectacular de aparición de múltiples formas de vida. Casi todos los animales actuales. Paradójicamente, y gracias al destape de Odebrecht, es lo que puede pasar. Otros políticos u otra política.

Hugo Neira

 
Hugo Neira
27 de febrero del 2017

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