Darío Enríquez

LOS VERDADEROS ENEMIGOS DE LA LIBERTAD EN EL SIGLO XXI

LOS VERDADEROS ENEMIGOS DE LA LIBERTAD EN EL SIGLO XXI
Darío Enríquez
01 de febrero del 2017

Cártel político internacional profetiza “apocalipsis now”

Llegó a nosotros hace unos días un artículo titulado “La sociedad abierta y sus enemigos”, publicado por Fernando Mires en el siguiente enlace:

http://prodavinci.com/blogs/la-sociedad-abierta-y-sus-nuevos-enemigos-por-fernando-mire

Más allá de la versación del autor, de una lista interesante de citas (rayando la falacia de autoridad) y de etiquetas que, usadas de modo sagaz, son como el elixir del análisis político instantáneo, nos entrega una versión adaptada de la frase “después de nosotros, el diluvio” para advertirnos lo que pasará con el mundo por haber permitido (¿?) que alguien como Donald Trump gane la presidencia de los EE.UU.

Prácticamente en cada párrafo del mencionado artículo podemos encontrar argumentos fácilmente rebatibles con una simple inspección de la realidad. Empecemos por el más grosero. Un amigo mío me decía que, cuando en una discusión, así de la nada, alguien saca de la chistera el artificio de hacer una analogía como “así hacía, decía o pensaba Hitler”, debe tomarse como una rendición sin condiciones. Se le acabaron los argumentos. Nada más que agregar.

En otro momento, se dice que “la democracia liberal está siendo bombardeada” y se cita al presidente alemán Joachim Gauck. ¿Acaso el autor no ve las noticias? ¿Acaso no sigue lo que sucede con Europa? En nombre de un proyecto falsamente integracionista, los iluminados líderes de la Unión Europea están ignorando olímpicamente la voluntad popular de sus pueblos. Pretenden forzar una unión política que los ciudadanos rechazan abrumadoramente. Todo lo avanzado con la unión comercial floreciente hasta 1999, está siendo pulverizado por el afán hegemonista burocrático de Estrasburgo. Una abrumadora mayoría apuesta por una integración comercial manteniendo los estados nacionales soberanos.

Se insiste en una moneda común que ha sido un fracaso completo desde siempre. Grecia, país en crisis permanente y que fuera alguna vez soberano, ha sido tratado como un pequeño protectorado bajo el control de “la Gran Germania”, el viejo sueño de una integración europea forzosa liderada por Alemania. ¿Adivinen quién soñaba con esa integración forzosa? No va a haber una desintegración política como sugiere el autor, lo que hay hoy es una resistencia ciudadana contra la pretensión de integración política forzosa. Como ha sucedido con el Brexit, la voluntad popular se impondrá sobre la tiranía de Estrasburgo en el resto de la Europa aún cautiva.

Aludiendo que EE.UU. en la era Trump propone una política aislacionista y una sociedad cerrada, se nos quiere decir que hoy habría vigente en el mundo una completa libertad comercial y una apertura universal al libre comercio. Nada más falso. Lo que tenemos en el mundo de hoy son los malhadados tratados de libre comercio (TLC), un oxímoron en toda la línea. Si hay un tratado, ya no hay libre comercio. Los famosos TLC lo que hacen es definir espacios dentro de los cuales hay una relativa libertad de intercambio; mientras los que quedan fuera, pues quedan fuera. Esa libertad de intercambio está relativizada por una gran cantidad de condiciones y controles. Trump está proponiendo redefinir esos espacios, además de aprobar nuevas condiciones y nuevos controles que aceptarán los que queden dentro. No hay nada nuevo. El mismo dirigismo de los TLC que rigen hoy, ni más ni menos.

Es raro (en verdad no tan raro) que no se mencione para nada el enorme aparato mediático —como nunca antes se había dado en la historia de la humanidad— que apoyó a Hillary Clinton y que trató de demoler al candidato Trump recurriendo a todo tipo de recurso. Se usó cualquier elemento como arma arrojadiza, sin ápice de ética ni de respeto por el candidato ni por los ciudadanos mismos. El epíteto de “deplorables” por parte de la mismísima candidata Clinton para sindicar a los votantes de Trump fue la cereza del postre, toda una pieza de antología de la soberbia, segregación y odio, que haría palidecer al más extremo de los fascistas.

Es cierto que los líderes que tienen llegada masiva a los ciudadanos deben moderar sus mensajes, porque estos pueden ser asimilados por ánimos extremistas y desencadenar o desembalsar la violencia social evidente, contenida o latente. Pero eso aplica en este caso tanto a Clinton como a Trump. De hecho, quienes son “sospechosos” de haber votado por Trump son estigmatizados, humillados y hasta agredidos físicamente en las manifestaciones absurdas contra un gobierno que recién entra en funciones. Sí, el autor habla de odio, pero no menciona esta infame y asimétrica guerra electoral perpetrada por tan inmenso cártel mediático internacional. No hay en él el menor atisbo de objetividad.

Pero lo que emerge del artículo en cantidades industriales, para replicar su afán de etiquetar como fobia toda aquello que difiere de la pensée-unique del consenso socialdemócrata —como brillantemente denomina la libertaria española María Blanco a los verdaderos enemigos de la libertad— es una plutofobia colosal. Quizás este exabrupto plutofóbico va en línea con lo que denuncia Huerta de Soto (2010) citando a Bertrand de Jouvenel: “Los intelectuales generalmente odian al capitalismo y la economía de mercado, por resentimiento, envidia, soberbia e ignorancia…” (ver https://www.youtube.com/watch?v=S1Ta0zxdXJE).

En efecto, en una frase que haría sonrojar a cualquier libertario que se precie de tal, el autor describe al gabinete de gobierno de Trump como “millonarios radicales, radicales millonarios y, sobre todo, predicadores del odio”. Inevitable recordar a la gran filósofa Ayn Rand (1981), cuando en uno de sus últimos discursos criticaba la actitud vergonzante de los capitalistas y la estigmatización del éxito económico como rasgo indubitable de los enemigos de la libertad:

 

Quien maldice el dinero lo ha obtenido de manera deshonrosa, pero quien lo respeta se lo ha ganado honradamente… la abundancia de los Estados Unidos no fue creada por sacrificios públicos al bien común, sino por el genio productivo de hombres libres que siguieron sus propios intereses personales y la creación de sus propias fortunas privadas. Ellos no hicieron pasar hambre al pueblo para pagar por la industrialización de América. Ellos dieron al pueblo mejores trabajos, salarios más altos y bienes más baratos con cada nueva máquina que inventaron, con cada descubrimiento científico, con cada avance tecnológico. Y así, el país completo se movió hacia delante, beneficiándose, no sufriendo, en cada paso del camino.

 

La crisis mundial se está saldando en el hemisferio norte occidental con el desplazamiento del poder de quienes han gobernado en ficticias disputas de derecha versus izquierda, alternándose en el disfrute de las mieles del poder sin enfrentar los problemas cuya solución reclaman sus ciudadanos soberanos. El malhadado consenso socialdemócrata, en virtud del cual hasta las “derechas” son estatistas, está llegando a su fin. Ese consenso está conformado por aquellos a quienes Antonio Escohotado identifica como los adalides del neocomunismo y que denomina “los enemigos del comercio y de la libertad”.

El fenómeno de la “derecha alternativa”, que no tiene una definición clara, que comparte rasgos pero también muestra ideas contrapuestas aquí y allá, llegó para quedarse. Subestimar el fenómeno apelando a la ya desgastada receta de las etiquetas fóbicas o al eterno retorno del fascismo, dejó de ser efectivo. No sabemos a ciencia cierta si será bueno o malo, pero sí sabemos que es diferente y que cuenta con pleno apoyo popular. Por ahora.

Por Darío Enríquez
Darío Enríquez
01 de febrero del 2017

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