Los tiempos cambian, ¿qué duda cabe?

Afirmar que los tiempos cambian, puede sonar a una perogrullada. Sin embargo, pareciera que muchos, y en especial quienes tienen responsabilidades de magnitud, necesitan que se los recuerden para que asuman la realidad como corresponde. El filósofo griego Heráclito de Éfeso (535-484 a.C.), señalaba en su época que nada permanece igual, que todo cambia. Fue quien acuñó la frase “nadie se baña dos veces en el mismo río”, señalando que no solo el agua discurre, dejando de ser la misma; también las personas cambian constantemente.

Este Pensamiento fue tomado en muchos momentos de la historia humana, y en algunas circunstancias constituyó base de afirmación filosófica. Es el caso de la dialéctica de Hegel, tesis-antítesis-síntesis, concebida como un proceso evolutivo que se repite a sí mismo: cada síntesis se transforma en la tesis de un nuevo movimiento dialéctico. De ella fue tomada por Engels para ser “patentada” en una de las leyes de la dialéctica materialista: ley de la negación de la negación.

El movimiento sindical en su discurrir nos trae al recuerdo los pasos dados desde el primigenio movimiento de la destrucción de máquinas hasta las propuestas ideologizadas de plataformas de lucha, pasando por el inmediatismo economicista, demostrando justamente que los tiempos cambian. En el caso del magisterio, su unificación en los años setenta —en una coyuntura en la cual la dictadura militar realizaba cambios en el escenario económico y político mediante las reformas educativa, industrial y agraria— ha de constituir, por un lado, la respuesta política más atinada de defensa y construcción de la democracia a su interior; y por otro, a pesar de las diferencias ideológicas, un ejemplo real de unificación.

Algo ocurrió para que ese devenir dialéctico se transformara en un movimiento pendular en el que los avances y retrocesos no permitieron responder con inteligencia a los cambios operados en el escenario político, social, económico y cultural. La democracia perdió su esencia y la confrontación ideológica sucumbió ante los apetitos económicos de grupos a su interior.

En la actualidad, dejando de lado pasiones o inclinaciones políticas —si las hubiere— cabe interrogarnos y responder a la vez: ¿cuál es la esencia de confrontación al interior del magisterio entre las tres fracciones existentes? El control de la derrama magisterial. ¿Cuál es la principal reivindicación o exigencia ante el Ministerio de Educación? Aumento de sueldos. Ambos justos, sí. Pero ¿tienen correspondencia con lo que el país reclama o necesita de la educación y ciertamente de los educadores?

El país requiere una educación de calidad, de maestros competentes y con disposición, responsabilidad y compromiso. Así como de un Estado que, asumiendo la importancia que tiene la educación en el desarrollo de la sociedad, otorgue a los docentes las consideraciones merecidas. La visión de los momentos históricos y su devenir, demandan a los conductores inteligencia. Hoy en día, los límites entre gremio, empleador, sociedad y política son tenues, de modo que los reclamos y compromisos frente a ello resultan de magnitud.

Los actuales momentos demandan, de un lado, un magisterio más propositivo, con niveles de motivación para su rendimiento y compromiso; y de otro, un ministerio que madure en su capacidad de entender y obrar eficientemente en la gestión de sus trabajadores. La lucha meramente economicista y la gestión tradicional del personal no tienen futuro. Los tiempos cambian, las exigencias y compromisos también.