Rocío Valverde

Los presidentes de mi vida

Los peruanos más jóvenes han vivido gobiernos plagados de corrupción

Los presidentes de mi vida
Rocío Valverde
06 de febrero del 2017

Los peruanos más jóvenes han vivido gobiernos plagados de corrupción

Un viernes de noviembre del año 1990 nací en una clínica, entre bombazos y recortes. Un "chinito" era presidente por aquel entonces. Crecería viendo a este chino tumbarse las empresa públicas, repartir yucas, divorciarse en el ojo público, pasearse en el fujimóvil, mostrar al terrorista más maldito de la historia de nuestro país enjaulado como una incontrolable bestia, perseguir o hacer la finta de perseguir a Montesinos. Finalmente lo vi irse en un avión con ganas de no volver. ¡Soy inocente! gritó, pero la justicia dijo nanay y el japonesito ahora está en la cárcel.

Y entonces... ¡Ay Toledo! En mi memoria Toledo aparece por primera vez con una máscara de gas andando entre la humareda lacrimógena. Toledo es como esos amigos a los que llamabas "locos buenos". Esos amigos que por motivos superiores a nuestra comprensión decimos que sí, que son borrachos, mujeriegos, irresponsables, lengüilargas, un poco imbéciles, pero son buena gente. La debilidad por el cholo sano y sagrado nace, en mi caso, por la marcha de los cuatro suyos. Una marcha que para muchas familias significaba el fin de un Estado secuestrado y sumido en una profunda corrupción moral, una marcha que traía esperanzas a miles de niños cuyos padres habían sido despedidos masivamente por el gobierno de Fujimori, una marcha que significaba el inminente fin de la dictadura. ¡Déjenme trabajar, carajo! gritaba el cholo una semana sí y la otra semana también.

Como olvidar el ensamble de campaña del cholo de Cabana con esa vincha roja a modo de mascaipacha que hacía sentir al pueblo que con la llegada del milenio surgía un Inca versión 10.0. Ay, Toledo, frito pescadito, va a necesitar whisky, vermú, cachaça y pisco para bajar este mal trago.

En el año 2001 llegó Alan García. Ese señor del que siempre escuchaba hablar a mi padre. Ese hombre corpulento que vi sobre un estrado recitando un verso de Calderón de la Barca, y cuyo discurso finalizó con vivas al Perú, a Haya de la Torre y al Apra. Un estruendo de aplausos y arengas se hicieron eco en la Plaza San Martín. Parecía que el aire había sido cambiado y todos estaban con el pecho inflado de patriotismo. Recuerdo volver al colegio con unos volantes con la estrella aprista y nada más sacarlos en el salón de clase la profesora horrorizada me los confiscó. No puedo olvidar que le dije, con mucha cara, que la persecución había terminado a todas luces en 1978. Sus saltones ojos se ensancharon y el comentario me costó una anotación en rojo en el cuaderno de control.

Ahora funcionarios de la administración, que en realidad son enquistes de varios gobiernos, aparecen embarrados con la corrupción que enloda a casi toda Latinoamérica. Mientras tanto el partido de Haya de la Torre convoca al plenario nacional luego de haberse disparado hostilidades. ¿Recuerdan el genial discurso de 1931 de Haya de la Torre? Aquel que dice: "Quiero que después de este duro examen, en el que vamos a probar nuestra fe, nuestra energía, nuestro espíritu revolucionario, nuestra indesmayable decisión de constructores del nuevo Perú, volvamos a encontrarnos limpios y dignos los unos de los otros. ¡Porque a quien quiera que se amedrente, jefe o militante, le llamaremos cobarde; y a quien quiera que claudique, jefe o militante, le llamaremos traidor!". ¡Qué tiempos! Debe haber habido conflictos; pero no había redes sociales, ni existían los celulares con captura de pantalla.

El gobierno de Humala lo he vivido de lejos pero tengo muy malos recuerdos. Las embajadas con Humala se convirtieron en un circo, los consulados ni cuento, porque recito el abecedario derramando más lisura que la flor de la canela. Prepotencia de sus funcionarios, quienes de verdad pensaban que tenían puestos para al menos diez años. Algunos malos elementos siguen, por ello y por prescripción médica no me acerco ya a los consulados. ¿No les tinca que al menos uno de los Humala en un futuro no lejano tomará el lonche con el chino? ¿A alguien le va a dar pena?

En el Perú la persona más vieja ha sufrido gobiernos militares y la más joven han vivido gobiernos plagados de corrupción. ¿Cómo generar el cambio?

Mi padre desde pequeña me ha repetido siempre varias frases. Una es "no te confíes de nadie" y la segunda es "de tu padre podrán decir de todo, pero nunca lo van a poder llamar ladrón". Y esas dos cosas se me grabaron con cincel en la mente . Robar comienza cuando imprimes fotos o archivos personales en el trabajo. Robar es decirle al cobrador que ya pagaste. Robar es darte cuenta de que te han dado mal el vuelto y no decir palabra. Robar es trucar la balanza de tu puesto de mercado. Robar es no devolver un libro. Robar también es prometer algo que no vas a poder cumplir. Robar es vanagloriarte de los logros conseguidos con el esfuerzo de tus trabajadores. Robar es darte un superbono y darle las migajas a los trabajadores. Robar es beneficiar a tus amigos con dinero público.

Solo cuando entendamos que con el tiempo esas pequeñas acciones degeneran veremos un verdadero cambio. Quizás a Odebrecht le faltó una resondrada: "No Marcelinho, niño malo. Ahora mismo devuelves esos lápices de colores que te has metido en el pantalón".

Por Rocío Valverde

Rocío Valverde
06 de febrero del 2017

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