Manuel Erausquin

Los chicos de Iguala

Los chicos de Iguala
Manuel Erausquin
05 de noviembre del 2014

Una lección que debemos aprender para prevenir que vaya a repetirse en el Perú             

Después de seguir los pormenores de la desaparición de 43 estudiantes de educación de la ciudad de Iguala, en el Estado de Guerrero, México, uno se queda sin aliento y con la mente en blanco. No hay pensamientos ordenados por varios minutos y es difícil que se puedan organizar.  Los indicios de un crimen masivo devastan todo razonamiento y código moral, y uno tiene que entender que en esta vida hay seres que aniquilan a otros sin culpa alguna. No sienten pena ni remordimientos. No sienten nada: matan y punto. El asesinato se impone y la vida se convierte en una fugaz banalidad.

No digo que es el único caso de características impresionables, porque existen millones de ejemplos para establecer que el mundo puede ser el infierno y no nos queremos dar cuenta. Sin embargo, la desaparición de unos estudiantes, ordenada por el alcalde de la zona, provoca una sensación de miedo y desazón. Uno no puede creer que quienes han sido elegidos para proteger a las poblaciones sean los verdugos. Que el dinero de la droga se haya impuesto y que nadie pueda hacer algo. Un escenario de resignación y de muchos muertos.

En México es claro desde hace mucho tiempo que el narcotráfico se ha infiltrado en las estructuras políticas y que estas han cedido mucho terreno. Lo de Iguala, que ha sido una borrachera de poder por parte de las mafias, no deja de sorprender. El alcalde José Luis Abarca y su esposa María de los Ángeles se fugaron después de que la policía disparara contra los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Seis muertos producto de los ataques de la policía municipal y 43 desaparecidos, estudiantes que habían sido detenidos, pero que según algunos testimonios, fueron entregados a miembros del Cártel Guerreros Unidos. Después de eso solo se piensa lo peor.

La captura del alcalde y su esposa, ayer, en el distrito federal, puede ser clave en la búsqueda de respuestas. Las evidencias de sus vínculos con los capos de la droga son esenciales para entender la realidad una ciudad flagelada por el crimen organizado, enquistado en el poder político. Desde allí, el control de todos los estamentos ha sido accesible y nadie ha podido o querido enfrentar la podredumbre de esta corrupción.

Se dice que alcalde José Luis Abarca ha eliminado con sus propias manos a algunos de sus enemigos. Por ejemplo, el caso de Arturo Hernández Cardona, líder de un movimiento de defensa de los derechos de los campesinos. Un testigo asegura que Abarca apretó el gatillo: una bala en la cara y otra en el pecho. Así lo liquidó personalmente.

Las familias exigen justicia al gobierno y empiezan las marchas de protesta en México. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, la frase empieza a retumbar en cada mexicano. Una historia que evidencia zonas muy oscuras y retorcidas, donde solo hay muerte. Eso es lo que las mafias hacen y las cosas empeoran cuando invaden posiciones políticas. Eso en el Perú se tiene que considerar, hay indicios en los gobiernos regionales. Señales suficientes para reaccionar con celeridad, pero tiene que ser ahora.  Después puede haber mucha sangre derramada.

Por Manuel Eráusquin 5 - nov - 2014
Manuel Erausquin
05 de noviembre del 2014

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