Jorge Valenzuela

Los 85 años de Julio Ramón

Los 85 años de Julio Ramón
Jorge Valenzuela
20 de agosto del 2014

Tres razones por las que los jóvenes siguen al gran cuentista del Perú

Este 31 de agosto Julio Ramón Ribeyro cumpliría 85 años de edad. Sea esta efeméride motivo para recordarlo una vez más y para reconocer su legado literario como uno de los más importantes del siglo XX. 

Una de las preguntas que me he formulado a lo largo de mi vida como escritor, en relación a Ribeyro, es la siguiente: ¿qué es lo que hace tan adictiva su narrativa, en dónde radica ese poder para conmocionar y sacudir al lector a través de historias poco edificantes y tristes? Mi experiencia en el taller de narración de San Marcos, al lado del gran Antonio Gálvez Ronceros, me ha servido para responder, de alguna manera, a estas preguntas. ¿Cómo? Escuchando a los jóvenes aspirantes a escritores explicar las razones de su incondicional admiración por el autor de Los gallinazos sin plumas. 

La primera razón (y en esto los jóvenes se refieren a los cuentos de su primera época), es que Ribeyro, a través de sus narradores, busca comprender una esfera social que le es ajena. Para estos jóvenes, este es un acto de amor literario. En efecto, en su primera narrativa es patente el deseo del autor implícito por identificarse con los marginales, intención que si bien es problemática, está allí, generando una gran dosis de sentimientos y de conflictividad, es decir, vida. El primer Ribeyro es un escritor cuyos narradores optan por acercarse a los más pobres, a los desgraciados, a los que están a punto de perder la esperanza y hasta la propia existencia. Como buen neorrealista, lanza, a través de sus cuentos, una denuncia contra la insolidaridad humana y una protesta contra aquello que entonces fomentaba la deshumanización del hombre (la crisis social y el egoísmo) y que Zavattini, uno de los principales guionistas del neorrealismo (el autor del texto de Ladrones de bicicletas), sostenía allá por los años cincuenta. 

En ese sentido, habría que atribuir a la poética neorrealista (que Julio Ramón profesa como ninguno de los escritores del cincuenta) esa observación solidaria y amorosa del ser humano, esa mirada que privilegia la atención social en lugar de la individual y esa sensibilización del lector con respecto a su propio medio social haciéndolo capaz de advertir las contradicciones propias de un contexto de crisis generalizada. 

Una segunda razón es que los cuentos de Ribeyro son fácilmente comprensibles, sin ser ingenuos o elementales. Los jóvenes siempre dicen que sus cuentos son fáciles de entender y que por eso pueden recordar sus historias y llevarlas siempre en la memoria. Es cierto, a diferencia de quienes se esmeran por ser oscuros y de hacer de su lenguaje y sus recursos un mecanismo de incomunicación humana, Ribeyro siempre (hasta el último de sus cuentos) eligió ser claro, trabajando sobre espacios de la realidad que le eran conocidos por la propia experiencia o no, pero que sentía que podía trasmitir con el objetivo de llegar directamente al corazón de sus lectores. 

Una tercera razón, dependiente de la anterior y siempre mencionada por los jóvenes, es que Ribeyro emplea la técnica del cuento de manera transparente, al punto que sus textos parecen no generarse sino de manera espontánea, sin disfuerzos técnico-formales y mucho menos sin malabarismos de estilo. Es verdad, la belleza de la prosa de Ribeyro contiene todo el dolor y la emoción que debe demandarse a una historia sin renunciar al empleo justo y pertinente de recursos necesarios para la expresión de lo que él reclamaba para el cuento corto, esto es, la representación de un fragmento de vida completo. 

Como ningún otro escritor peruano, Ribeyro ha conseguido dominar el secreto del cuento canónico y revelarnos, en pocas palabras, aquel instante en el que, finalmente, el personaje protagónico e incluso el propio lector, puede acceder a una conocimiento sobre sí mismo o advertir, de manera feroz, su verdadero lugar en el mundo. En pocas palabras, es cierto, pero en las necesarias para cambiarnos la vida. Salud, maestro, por estos 85 años de vida y gracias por la invitación de aquella copa de vino tomada junto a usted en Madrid en 1992.

Por Jorge Valenzuela

Jorge Valenzuela
20 de agosto del 2014

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