Christian Quispe

Lo que me queda de Pisco

A diez años de una tragedia que me tocó vivir

Lo que me queda de Pisco
Christian Quispe
15 de agosto del 2017

A diez años de una tragedia que me tocó vivir

Era un miércoles por la noche, me encontraba reunido con unos compañeros de colegio trabajando en lo que sería un proyecto de ciencias. Tenía tan solo quince años y la ingenuidad a flor de piel ante algún desastre natural. Estaba deseoso de acabar e ir a casa, ver a mis padres y cenar con ellos, como era la costumbre de todos los días. Aproximadamente a las seis de la tarde la tierra empezó a temblar de forma leve, como si de un pequeño temblor se tratara. La ciudad de Pisco no ha sido ajena a temblores así, por lo que no le tomé importancia. Sin embargo, segundos después llegaría el minuto más desesperante de mi vida. Con una magnitud de 7.9 grados en la escala de Richter y una fuerza que destruyó el 80% de las estructuras de la ciudad, un terremoto azotó el pequeño pueblo de Pisco.

El minuto se hizo eterno, y mientras mis compañeros y yo tratábamos de alentarnos mutuamente para mantener la calma, nada podíamos hacer para silenciar los gritos de dolor y desesperación que provenían de la avenida Las Américas, una de las vías principales de la ciudad de Pisco. Luego de haberme reunido con mi familia —que por suerte lograron salir con vida del negocio donde trabajaban—, viví una de las noches más oscuras de todas. Pisco se encontraba incomunicado y carecía de luz y agua. La alarma de un maremoto y las incesantes réplicas fueron suficientes para mantener a uno despierto toda la noche.

Al segundo día se pudieron ver las secuelas de la tragedia. El terremoto dejó 383 muertos —los cuales fueron encontrados progresivamente mientras transcurrían las labores de rescate— y destruyó por completo lugares emblemáticos de la ciudad, como el hotel Embassy, la iglesia Belén, el bulevar de Pisco, el malecón Miranda y la iglesia San Clemente. A pesar de que Alan García, en ese entonces presidente de la República, prometió que la ciudad estaría reconstruida en un mes, eventualmente Pisco se convertiría en tierra de nadie. Las muertes, la falta de alimentos y el miedo de la gente por otro posible desastre desencadenó actos vandálicos por parte de la misma población.

Sin duda, hubo algunas cosas que conservé a un mes de la tragedia. Si bien no teníamos al presidente con el mejor historial por dicho cargo entre manos, esperaba que la misma población pisqueña y su alcalde buscaran la manera de reconstruir aquella maravillosa ciudad donde crecí. Que a través de un mensaje alentador hiciera que Pisco se levante nuevamente, y que los rumores que decían que la ciudad estaría lista en 25 años se quedaran en eso, en rumores. Grande es mi sorpresa cuando luego de cinco años aún se podía observar el mismo avance que se había realizado tres meses después del terremoto. El muro de la vergüenza bien merecido tenía el nombre.

Factores como malas gestiones, conformismo y falta de apoyo mutuo entre pisqueños, poco a poco ha llevado a la ciudad al olvido. Solo en estas fechas, y cuando el vecino del sur nos quiere robar el trago bandera, es cuando el Perú recuerda que existe una ciudad con el mismo nombre. Es triste ver cómo la ciudad en donde te criaste se mantiene derruida, más triste aún es ver a familias que aún no se recuperan del todo y que consideran que un centro comercial es sinónimo de reconstrucción y bienestar. Una resignación que deja a Pisco tal como está, a pesar de haber transcurrido diez años.

¿Estuviste en el terremoto? Es la pregunta que hasta hoy me hacen cuando menciono de dónde vengo. Sin embargo, deseo que en algún momento la pregunta sea por algo llamativo de la ciudad, y no por la tragedia que le tocó vivir. La ciudad de Pisco no puede esperar 25 años para levantarse nuevamente; pero está en el pisqueño las ganas de querer una mejor ciudad, dejar de mirar con conformismo y reclamar la reconstrucción que nos merecemos desde hace una década.

 

Christian Quispe

Christian Quispe
15 de agosto del 2017

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