Ángel Delgado Silva

Lo peculiar de la crisis presente

Lo peculiar de la crisis presente
Ángel Delgado Silva
26 de septiembre del 2017

Nos estamos deslizando a los predios de la irracionalidad

El 13 de abril de 1914, con motivo de la apertura del año académico de la Universidad de San Marcos, el joven catedrático Víctor Andrés Belaunde pronunció un memorable discurso que tuvo formidable impacto en su época. Pero lo más notable fue que rápidamente trascendió los lindes académicos, siendo reeditado en no pocas ocasiones y leído siempre con renovado interés.

Un siglo después, la imprecación angustiosa lanzada —“¡queremos patria!”—, con la que el orador concluyó su alocución, parecería mantener vigente su prístino sentido. A pesar del radical cambio de circunstancias, el anhelo de concluir nuestro accidentado proceso político en forma positiva sigue vivo y concita toda suerte de esperanzas. Ya próximos al Bicentenario de la Independencia, la interrogante sobre si hemos conseguido construir una patria libre, próspera, moderna y con equidad social exigirá respuestas contundentes.

Vale entonces reflexionar sobre nuestra crisis presente con este referente. Con la misma actitud y propósito que animó al profesor Belaunde cuando estábamos al borde de alcanzar los cien primeros años de ruptura política con España. En aquella oportunidad el discurso puso énfasis en la dimensión política, como factor de galvanización de los elementos económicos y culturales que concurrían en la crisis de 1914. Este enfoque le da originalidad y brillo a su análisis, y también explica por qué ha tenido tanta expectación hacia el futuro.

La críticas a la composición política del Parlamento provenientes del peso e influencia “provincialista” —articulación socio-cultural y espacial del gamonalismo con el poder central en detrimento de una articulación nacional— nos siguen conmoviendo por su radicalidad analítica. Y porque, en efecto, la cuestión de una malograda representación política continúa siendo la clave para explicar las dificultades para “organizar el Estado sobre la Nación”, como reclamaba Jorge Basadre.

En nuestra crisis presente también la política ha devenido en el rubro dominante. Desde el retorno a la democracia, a comienzos de la nueva centuria, el Perú ha experimentado un crecimiento económico sostenido, a pesar de los baches y fisuras. Por otro lado, hemos conseguido una estabilidad institucional que no tiene parangón en nuestra historia, a la par que un vasto consenso ciudadano sobre las libertades públicas y la “forma republicana de gobierno”.

Sin embargo, este edulcorado horizonte de crecimiento y estabilidad, que para algunos es el pasaporte indefectible al “primer mundo”, se enrarece cada vez que se realizan elecciones generales. Y la tendencia se incrementa, amenazando con convulsionar con el paso del tiempo, en la medida en que se van agotando los proyectos, fracasan las medidas reactivadoras y el desencanto se instala en las amplias capas de la población que precariamente reciben los beneficios del ”modelo”.

En ese escenario de optimismo falaz, la carencia de partidos políticos de verdad bloquea, distorsiona y envilece la representación política ciudadana en las instancias de gobierno. Aunque gozan de legitimidad democrática, las autoridades no son suficientemente representativas, pues andan desarticuladas frente a los intereses y demandas profundas de la sociedad. El ejercicio del sufragio se agota en el instantáneo acto de elección y no sustenta a un gobernante representativo, pues la preferencia electoral, en estas circunstancias, tiene una volatilidad extrema.

En consecuencia, el clásico divorcio entre las estructuras estatales y el país tiende a ahondarse peligrosamente. Sin ligamen auténtico, la escena oficial se nutre del puro capricho y la arbitrariedad más alucinada, avasallando a la escasa sensatez todavía existente. No terminamos de sorprendernos con las peleas en las alturas, la proliferación de argumentos pueriles y la voluntad casi suicida de quienes tienen la magna tarea de conducir las políticas públicas.

Con la ciudadanía ausente, la actividad política se banaliza y camina hacia mutar en puro espectáculo, con el apoyo insano de no pocos medios de comunicación masivos. Cada vez hay menos espacio para la reflexión política, porque en el tinglado de la farsa montada solo cuenta la estridencia, el escándalo, lo pasional y el desvarío.

Sin advertir cómo, nos estamos deslizando a los predios de la irracionalidad con mayor tesón y entusiasmo que nunca. Quienes creen que es posible el desarrollo económico y social sin política en serio viven una peligrosa ilusión. El juego del poder siempre será endemoniado y no conviene dejarlo correr a la libre ni a merced de los fundamentalistas de todo pelaje. ¡Cuando despertemos ya puede ser muy tarde!

Ángel Delgado Silva

 
Ángel Delgado Silva
26 de septiembre del 2017

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