Darío Enríquez

Lo bueno que trae el nuevo gabinete Aráoz

Lo bueno que trae el nuevo gabinete Aráoz
Darío Enríquez
20 de septiembre del 2017

Hay cuatro ministros que fueron elegidos congresistas en 2016

Se habla de que la caída estrepitosa del gabinete Zavala marcaría el final de la era tecnocrática en el poder. Hay algo de eso; en verdad, hay mucho de eso. El tembloroso talante del primer ministro Fernando Zavala, leyendo en forma entrecortada y deficiente un discurso de apenas ocho minutos pidiendo “confianza” al Congreso, fue más que elocuente. La necesidad de hacer política y de ser político en altas posiciones del Gobierno se ha mostrado con absoluta claridad.

El Estado no es una empresa privada donde, con el aval de un directorio incuestionable, un gerente hace y deshace, toma decisiones, las cambia, las ratifica y redefine rumbos sin mayor oposición práctica. Dar cuenta a un directorio no es lo mismo que rendir cuentas a ciudadanos cada vez más empoderados por la “magia” de las redes sociales. También se ha demostrado que gastar dinero público tanto en brigadas de trolls como en “mermelada” mediática tiene su límite. Si el desenlace de la crisis ministerial hubiera sido como lo deseaban tanto trolls oficialistas como medios entregados a las mieles del dinero estatal fácil, hoy estaríamos hablando de salto al vacío. Felizmente no fue así.

Un elemento muy importante es que tenemos una cuota mayor de ministros que fueran elegidos congresistas en 2016. De hecho, la primera ministra Mercedes Aráoz tiene la investidura de la voluntad popular, la que siempre será superior a la que se “gana” por ser amigote del presidente. También tenemos los casos de los congresistas Ana María Choquehuanca, Carlos Bruce y Pedro Olaechea. Eso es muy bueno. De hecho, sería deseable que en la reforma electoral —que no tiene cuándo salir— se incluya una norma para favorecer la mejora en el nivel de los candidatos al Congreso, y que todos los ministros sean seleccionados del conjunto de congresistas cuyo mandato se encuentra vigente.

Una virtud adicional de esta propuesta es que se acaba el proceso engorroso de interpelación a un ministro. Simple y sencillamente, como el ministro siempre ocuparía una curul, pues allí mismo el conjunto de la representación nacional podría hacer las consultas pertinentes a su gestión. No hay que “traerlo” de ningún sitio, cada ministro tiene su lugar en el hemiciclo.

¿Cómo haríamos si el presidente requiere nombrar ministro a alguien que no es congresista? Muy simple. Para ello la reforma debe incluir el distrito uninominal; es decir que cada congresista sea elegido en una circunscripción cerrada donde postulan los que puedan hacerlo y se elige allí un solo congresista. Se acabaría la erosiva votación preferencial, pues hay un solo candidato por partido en cada circunscripción. Cada partido se preocuparía de tener el mejor candidato, pues se juegan la curul; y ya no habría esos que “se esconden” en el grupo de candidatos y logran votación preferencial por alguna labor puntual en un territorio determinado (que puede incluir maniobras reñidas con la moral), o porque son conocidos por ser artistas o deportistas. En esa circunscripción, el debate entre candidatos tendría mayor base objetiva y sería imposible de evadir para quienes apuestan por campañas publicitarias millonarias antes que por el convencimiento, el debate de ideas y la confrontación de propuestas.

Si se desea nombrar ministro a alguien que no es congresista, se convocaría a elecciones en la circunscripción electoral pertinente, y si los ciudadanos de esa circunscripción electoral eligen como congresista al candidato a ministro, entonces podrá ser nombrado en la cartera correspondiente. Que el pueblo decida. Esto también podría aplicarse en el caso de congresistas que renuncien al partido con el cual fueron elegidos, de modo que acabaríamos con el “transfuguismo”, pues será el pueblo quien decida si valida o no el cambio del congresista.

Quien desee participar en política, que se someta a la voluntad popular siempre. Quien quiere ser ministro, que antes sea elegido congresista y se forje logrando la preferencia de los ciudadanos. Que no se repita nunca más lo nefasto que significa ver a los amigotes del presidente ocupar altos puestos solo por el “mérito” de esa relación amical. Ya es hora de que se revalorice la representación que ejercen los congresistas elegidos por voluntad popular. Necesitamos gente que asuma el compromiso de hacer política, no la perversión de desarrollar la dudosa habilidad de mimetizarse o acomodarse a los caprichos del poder.

Darío Enríquez

 
Darío Enríquez
20 de septiembre del 2017

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