Hugo Neira

Lluvias y presagios. Una Santa y un pajarito

Las aguas llegaron hasta la Plaza de Armas de Lima

Lluvias y presagios. Una Santa y un pajarito
Hugo Neira
27 de marzo del 2017

Las aguas llegaron hasta la Plaza de Armas de Lima

El otro día, por aquí en Santiago —en donde ahora estoy cumpliendo un compromiso pedagógico—, tuvimos que ir a buscar agua, como cualquier vecino. Un río, el Maipo, que recoge sus aguas de la cordillera, como cualquiera de los ríos nuestros, tuvo un huaico y el tiempo de limpiar la turbulencia que trajo consigo dejó sin servicios a varios distritos de la capital. Y servidor y señora tuvieron que ir a unos de los puntos de entrega de agua. Les cuento eso, nada que ver con lo que pasa en Perú. Lo que les narro es un accidente. Lo del norte peruano es un cataclismo. Otro más, después del Odebrecht.

Les sigo contando. Como dicen los clásicos, la buena prosa viene de la buena conversación. Y a los amigos no se les miente. En estos días apurados trato de terminar un enorme libro. ¿Por qué les cuento esto? El tema es la mundialización, años venideros, y curiosamente, por azar, está en mis temas el cambio climático. A propósito, he escuchado a autoridades decir, el “calentamiento del clima”. No es eso. En el planeta le llaman “recalentamiento”. El re, es decisivo. De lo que se trata es del aumento de la temperatura en los océanos. “Si el clima fuera solo 5°C más frío, la ciudad de Boston estaría bajo kilómetros de hielo. Apenas hemos subido +1°C y pueden apreciar las consecuencias. En cuanto se recalienta solo un poco el agua de los océanos, por su extensión, se expanden. De modo que ‘si el alza del mar fuese de 75 cm, en un planeta cuya población en un 60% vive al lado del mar, las consecuencias serían dramáticas’. Esto está en Wikipedia.

El Niño no es el cambio climático. Pero el recalentamiento del océano produce las lluvias que lo incrementan. Lluvias que caen en un país candoroso. Nunca pensamos que la naturaleza nos iba a jugar una mala pasada. Un amigo que vive en Oceanía, Félix, me escribe: “Te entiendo, la gente necesita comentarios esperanzadores. Recuerdo un discurso de Fernando Belaunde, hubo también una lluvia y desbordes tremendos. Y no sirvió de nada. El nivel de previsión en el Perú es cero. Me decepciona una vez más por estas cosas cíclicas, repetitivas. Tú debes saber que hay especialistas en  domesticar ríos. Conozco  un par”. Por cierto, en cuanto deje de llover, atenderán a los damnificados, pero esperemos, no solo con casas, terrenos, créditos y levantar puentes, sino canalizar ríos. Nunca se ha hecho. Es hora.

He visto en la televisión lo mismo que ustedes. Si hubiese estado en Lima, hubiera ido al norte, como lo ha hecho mi amigo Víctor Andrés Ponce. Lo que he visto me ha llegado al alma. He visto a los peruanos luchando contra la adversidad. He visto a la policía y las fuerzas armadas al lado del pueblo, carpas, comida, ropa y medicamentos. He visto la distribución de toneladas que peruanos donaron. He visto que las empresas apoyaron. He visto a ministros en la escena misma de los acontecimientos. A un presidente dando informaciones cada día. Y cuando he llamado a algún amigo o familiar, el operador de telefonía no dejaba de decir, “Una-sola-fuerza”. Nunca he visto tan unidos a los peruanos. La nación —que no es sino un sentimiento colectivo— se hace cuando hay guerras, desgracias, y nos olvidamos por un rato de nuestros asuntos particulares.

Esa es mi alma, acaso sentimental. Pero mi cabeza me dice: “Esa emoción va a pasar, van a volver a la politiquería. Se olvidarán de eso de desviar las aguas”. Y la voz interior me dice: “No les digas que hay que poner alcantarillas, suena a españolismo, prefieren palabras cortas, ¿a una ministra no la has escuchado decir cunetas? Es eso, a cada lado de la calle, para recoger las aguas de las lluvias”. Y esto pasa porque con el atinadísimo doctor Vexler desaparecen las asignaturas de gramática y geografía, y los escolares populares nunca escucharon que la costa peruana es desierto y oasis. Pésima pedagogía.

Un día se lo dije a un chofer, “Lima está en medio de un desierto”, y pegó un salto.

¿Con camellos?, me dijo. Y se echó a reír. Me lo enseñaron en el tercero de primaria, en el curso El niño y la salud. Colegio estatal 429 en Lince.

Hoy, tantos peruanos meditabundos ante la furia de las aguas. Pensar es bueno. Las lluvias han sido un aterrizaje de treinta millones de seres humanos en el siglo XXI. Ahora saben lo que necesitamos, un crecimiento con ecodesarrollo. No hay otra.

¿Seguiremos siendo incrédulos? Santa Rosa de Lima dijo que “las aguas llegarían a la Plaza de Armas”. Los limeños pensaron en el mar. Error, dijo “las aguas”. El Rímac ha pasado por detrás de las oficinas de PPK. ¿Qué otro signo del cielo quieren? Y como lo ha contado María Luisa del Río, en Perú21 —no la conozco, ni falta hace— “en el norte hay un pajarito, el chilalo, que hace su nido con barro y una entrada por arriba. Y cuando cambia el hueco, y lo hace de costado, mala seña. Va a llover fuerte”. ¿Qué más presagios quieren? Una Santa y el pajarito.

 

Hugo Neira

Hugo Neira
27 de marzo del 2017

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