Martin Santivañez

Lecciones del terrorismo

Lecciones del terrorismo
Martin Santivañez
02 de octubre del 2015

Sobre la indolencia de las élites ante la violencia terrorista

La tibieza con que se ha tratado la salida a las calles de decenas de cuadros terroristas es perturbadora para la democracia. Que las nuevas generaciones desconozcan los extremos del flagelo terrorista hasta cierto punto es comprensible. Pero que las élites hayan abdicado de su deber de vigilancia no tiene perdón. Nuestra clase dirigente continúa siendo una gens frívola y cortoplacista que es incapaz de reconocer al enemigo cuando lo tiene en frente. La élite es ausentista ante los problemas e incapaz de prever el alcance de los retos que presenta la historia del Perú.

Lo peor sucede cuando uno de esos retos casi acaba con la república. El terrorismo no solo jaqueó a las instituciones, también comprometió a la nación a nivel moral. Cuando uno relee los artículos de los “intelectuales” de la época intentando desentrañar a nivel sociológico el baño de sangre que se avecinaba encuentra el mismo nivel de distorsión ideológica que se percibe en ciertos actores políticos de la actualidad. La sangre de un inocente jamás será legitimada por conceptos y teorías radicales. Tampoco por realidades apremiantes que tienen soluciones pacíficas y técnicas, como la pobreza o la postración de la mayoría. El terrorismo no tiene justificación ética ni política. Los terroristas nunca buscaron regenerar el Estado ni tampoco reconstruir la democracia. Su objetivo, bien patente, pasaba por la liquidación de toda oposición.

Estas grandes verdades del sentido común tienen que repetirse una y otra vez ante la desinformación de las mayorías y el ausentismo imprudente de las elites. El cambio en la estrategia de la toma del poder (“un recodo en el camino”) no implica una mutación en el objetivo: capturar el Estado contra viento y marea. Imagínense, queridos montoneros, un Estado capturado por los remanentes ideologizados de Sendero Luminoso y el MRTA. Una nueva generación de pulpines del terror brega por obtener victorias electorales a costa de la desmemoria histórica. El Estado, hoy como en los ochenta, no atina a ejercer una estrategia de prevención contra el terror y se hunde en la molicie propia de los cuerpos enfermos. La anemia institucional facilita el resurgimiento del terror. No nos engañemos, con el terrorismo no hay diálogo posible. Por eso, para defender la libertad y la democracia, los peruanos tenemos que organizarnos, prevenir la infección ideológica, combatir con Derecho e Inteligencia a los destructores del Estado y no darles de manera estúpida e interesada tribunas mediáticas que humanicen a las bestias y legitimen entre preguntas necias la sed de sangre del terror.

El terrorismo nos ha legado grandes lecciones. Una de ellas, la de nuestra debilidad. Un cuerpo débil, un organismo con las defensas bajas, tiene que prevenir mientras se fortalece. La destrucción de la democracia estuvo al alcance de las manos de un grupo reducido pero organizado. Los que defendemos la democracia tenemos que organizarnos para preservarla. Después de todo, no olvidemos nunca que “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”.

Por: Martín Santiváñez Vivanco

Martin Santivañez
02 de octubre del 2015

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