Lecciones del quinquenio 2011-2016

Reflexiones para cerrarle campo de acción a la demagogia el próximo año

El 2015 marcará el inicio de la carrera electoral en pos del sillón presidencial para el período del 2016 al 2021, año del Bicentenario de la Independencia. ¿Qué es lo fundamental que deberíamos haber aprendido como sociedad, en el actual quinquenio, de cara a la próxima elección? Que el discurso político distanciado de la realidad económica termina por empobrecer al país.

Muchos políticos atribuyen los malos resultados de su administración a factores externos que ciertamente influyen, por esto es que los estadistas, más que simples partícipes electorales, saben prever.  El estadista avizora el largo plazo y orienta a la ciudadanía sobre el camino más indicado para arribar a la meta prevista.

En las elecciones generales anteriores se alentó falsas dicotomías: agro versus minas, el agua o el oro, inclusión versus marginación. Por entonces, gran parte de la ciudadanía no percibió la trascendencia de optar por una u otra opción, el resultado fue que el Estado dejó de transmitir confianza y la inversión empezó a desacelerarse.

Las expectativas de inversión, que superaban los 63 mil millones de dólares (sólo en minería), fueron postergándose o suspendiéndose.  La actividad minera avanzó estimulada por los altos precios de los metales, sin embargo, era previsible que estos empezarían a descender como consecuencia de la crisis económica internacional.

¿Qué se pudo hacer? Seguir atrayendo inversión, eliminando trabas, brindando facilidades para lograr una ejecución acelerada de los montos de inversión comprometidos –ergo-, desalentando que los inversionistas destinen su dinero al desarrollo de otros proyectos en el exterior y se concentren en el escenario local.

¿Cuál hubiese sido el resultado? Mayor producción de cobre, oro y otros metales, generación de mayores puestos de trabajo, mayor demanda industrial asociada a la actividad minera, mayor actividad exploratoria para descubrir nuevos yacimientos y se habría compensado, en gran medida, la caída de los precios de los commodities, etc.

¿Y el ambiente? Claro que el ambiente es vital, pero es necesario beneficiarnos de él de la mejor manera posible. Promover una legislación ambiental sancionadora, punitiva, antes que estimular las mejores conductas de parte de los agentes económicos, termina por favorecer la ilegalidad y, por consiguiente, una economía paralela dispuesta a todo con tal de seguir operando, por los ingentes recursos ilegales de que dispone. Sino preguntémonos ¿qué ha ocurrido con los programas de formalización de la minería ilegal?

Definitivamente, el avance ha sido insignificante. Sobre el particular, habría que elaborar normas que estimulen la participación de la empresa privada formal, y así ésta adquiriría a precios competitivos la producción de metales al margen de la procedencia de los mismos. Esta solución de mercado permitiría contar con un registro de los productores, promovería el ingreso de proveedores de insumos formales –por consiguiente su control- y, con los impuestos que pagarían, sea la procesadora o la compradora de metales, se generarían los recursos necesarios para financiar los programas de remediación ambiental que se establezcan, así como diseñar un cronograma real de incorporación a la formalidad del minero o extractor ilegal.

¿Por qué seguir recreando estos temas? Porque cuando se motiva el debate público y la reflexión sobre las consecuencias de las ofertas electorales, así como sobre la racionalidad o irracionalidad de las mismas, estamos cerrándole los campos de acción a la demagogia.

Por Guillermo Vidalón del Pino

(05 - Ene - 2015)