Neptalí Carpio

LAS MEDIAS VERDADES DE NICOLÁS LYNCH

LAS MEDIAS VERDADES DE NICOLÁS LYNCH
Neptalí Carpio
03 de febrero del 2017

En su intento de vincular a la corrupción con el neoliberalismo

La red internacional de corrupción creada desde hace por lo menos veinte años por la empresa Odebrecht, y que abarca a una veintena de países, no se puede explicar sin la permanencia en el poder del Partido de los Trabajadores de Brasil y el funcionamiento de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPPAL), bajo la influencia dominante del partido que hasta ahora lidera Inacio da Silva, Lula.

No cabe duda de que ambos actores, el PT brasileño y la COPPPAL, fueron el tejido político que utilizó la referida empresa para crear un gran sistema de corrupción y asegurarse más de un centenar de obras en diversos países, principalmente en aquellos países donde la izquierda tenía una importante influencia en los parlamentos o en el Ejecutivo. Esta influencia no se redujo solo al ámbito de la izquierda, sino que abarcó a otros partidos llamados en la jerga izquierdista “social demócratas” o “partidos aliados”, como el Apra y el Partido Nacionalista en el Perú. No es casual que después de EE.UU. cuantitativamente sea Venezuela el segundo país en haber recibido coimas, según las investigaciones hasta ahora desarrolladas.

Llama por eso poderosamente la atención la manera como la izquierda peruana y latinoamericana, no hace ninguna autocrítica sobre su evidente responsabilidad en la construcción de esta gran red de corrupción. Así ocurre con las opiniones de Nicolás Lynch, un ministro del gobierno de Alejandro Toledo y embajador en Argentina en el gobierno de Ollanta Humala. En un reciente artículo publicado en la revista izquierdista Otra Mirada —titulado “¿Qué significa el escándalo Odebrecht?”— Lynch atribuye a problemas estructurales, y más recientemente al neoliberalismo, las causas de esta red corporativa de corrupción. Pero el ex ministro no tiene ni un atisbo de autocrítica respecto a la responsabilidad de la izquierda latinoamericana, como si viviera en un limbo y autoengañándose.

No tengo ninguna prueba ni razón para acusar a Lynch de algún caso de corrupción. Lo sorprendente, sin embargo —tratándose de un hombre de la academia, ligado a las ciencias sociales—, es su absoluta falta de rigurosidad para analizar el caso Odebrecht. Separar, en el análisis, este caso continental de corrupción de las responsabilidades de la izquierda es tan grosero como aquella afirmación prestada de que en la ciencia política estadounidense este asunto debe tratarse como un caso típico de llamado crony capitalism, cuya traducción al castellano es “capitalismo de amigotes”. Lynch en lugar de utilizar esta caracterización para aplicarla a los amigotes que Lula tuvo en todo el continente —izquierdistas, apristas, chakanos y nacionalistas— intenta forzadamente utilizarla como una expresión del fenómeno neoliberal, recurriendo nuevamente a la ideología para escamotear la realidad.

No solamente eso. Lynch en lugar de preguntarse “¿cuál es la distancia que existe entre este capitalismo de amigotes y la corrupción?”, debió preguntarse más bien ¿cuáles han sido las íntimas relaciones entre la izquierda latinoamericana y la corrupción de Odebrecht?, para tener más cercanía a un fenómeno esencialmente sociológico como el de la corrupción latinoamericana, especialmente el que tiene frente a sus narices. Pero el catedrático sanmarquino, olvidándose de su pretendida rigurosidad académica, oculta la realidad y se refugia nuevamente en un recurso ideológico antineoliberal.

Si Nicolás Lynch fuera consecuente con la crítica de la corrupción latinoamericana, debería señalar que el gran problema de la izquierda latinoamericana fue precisamente no haberse constituido como un sujeto activo para revertirla. Prueba de ello es que en varios países del continente —frente a Collor de Melo en Brasil, ante el latrocinio de Carlos Andrés Pérez en Venezuela y del propio nacionalismo en el Perú— llegaron triunfantes nuevos gobiernos que no han sido capaces de constituirse en una fuerza moral, fundadora de una nueva práctica en la gestión pública. Al revés, como es evidente en el caso brasileño, del izquierdista Partido de los Trabajadores de Brasil, terminó no solo siendo funcional a la corrupción estructural que Lynch critica, sino que fue un factor central para multiplicarla, esta vez en una dimensión internacional.

Decir medias verdades ayuda muy poco a construir una ética alternativa al fenómeno de la corrupción. Y como es evidente, resulta cada vez es más precario aquel argumento que intenta echarle la culpa de todos los males al neoliberalismo, cuando en realidad la izquierda necesita un proceso crítico de autoconciencia, para no empezar a parecerse cada vez más a experiencias como la del Apra en el escenario nacional. El caso Odebrecht debería ser más bien un gran espejo donde la izquierda debe verse de pies a la cabeza.

Por: Neptalí Carpio
Neptalí Carpio
03 de febrero del 2017

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