Hugo Neira

Las lluvias. ¿El regalo del cielo?

La difícil modernización del Perú

Las lluvias. ¿El regalo del cielo?
Hugo Neira
10 de abril del 2017

La difícil modernización del Perú

Las lluvias que cayeron sobre el norte parecen haber sido enviadas por un Jehová peruano. Hasta este cataclismo, el país navegaba sobre un océano de autoengaños. Hace unos meses, cuando yo dejaba el Perú por un corto periodo, todavía trotaba en la cabeza de la clase dirigente la idea de que estábamos a dos dedos de ingresar en la OCDE. La irrealidad peruana era palpable. Con los chubascos nos hemos dado cuenta de todo lo que nos falta. Los puentes mal hechos se han derrumbado y los viejos puentes coloniales se han mantenido. Las calles sin cunetas han inundado hogares y colegios; y en el campo fueron arrasados terrenos cultivados y talleres, ganado y modestas granjas con aves de crianza. Un desastre. “La agenda la ha puesto la naturaleza”, ha dicho el ministro Nieto. Pero aprovechando este momento peruano bastante singular, un instante panteísta y un ministro con cultura humanista, acaso nos invitan los dioses a que salgamos de algunas de nuestras más apreciadas trampas, que consiste en contarnos cuentos. En la costumbre del voluntario enceguecimiento, la adulación del paisaje. ¿No han visto ustedes cómo desfilan en la tele de Canal N los amables paisajes andinos, sin duda bellos, pero nunca con gente? No vaya a ser que se note su miseria.

José de la Riva-Agüero escribió Paisajes peruanos en 1912, y le llevó meses trajinar por la sierra peruana. Raúl Porras, mi maestro, que prologa ese magnífico libro, no por azar coloca este encabezado: “leguas, mulas y libros”. La nota bibliográfica a la edición que tengo, y que me acompaña en mis voluntarios exilios, señala que el libro solo aparece por partes en 1917, por completo en 1955. Hacía un buen rato que Riva-Agüero no era de este mundo. A lo que voy, el erudito viajero, entonces liberal y joven, no amaba hasta morir el paisaje peruano. Ciertas cosas lo deslumbran, en Curahuasi encuentra las piedras labradas de Concacha. Pero cuando desciende por la quebrada de Chaquimayo, se queja “del mal camino, gredoso”. Y más adelante, pasa el estrecho río Colorado “por un pésimo puentecito de tierra y tablas vacilantes”. Habla de la “postrada Vilcas” (p. 91); “Los infelices aldeanos”. Riva-Agüero ve el mundo rural tal como es, “la comarca ayacuchana es agrícolamente pobre, por falta de agua” (p. 151).

Hace unos años, Alfredo Barnechea publicó un estupendo ensayo, La república embrujada (1992). Me gustó casi todo, menos lo de “embrujada”. Era una innecesaria concesión a un vicio nacional, creerse a troche y moche un país de maravillas. Ciertamente la variada geografía y sus parajes puede darnos un espectáculo estético. Pero un amanecer deslumbrante o los celajes de un ocaso, no son un monopolio peruano. Existen en el planeta entero. Cuando se ha querido filmar El señor de los anillos del británico Tolkien, los productores buscaron un lugar para la Tierra Media, poblada de señores elfos, señores enanos y de humanos mortales, un país con cimas inaccesibles donde residen los Magos. Y no eligieron el “Perú mágico”, sino Nueva Zelandia. Cataratas y montañas verdes. Lo de “mágico”, suena a hechizo, a valsecito, no está en nuestros clásicos que fueron realistas y críticos. ¿Qué pasó después? ¿A dos dedos de la OCDE? ¿Cuando dos millones se mueren al año con diarreas porque no hay desagüe en casa? Buena suerte, presidente, con HydroPerú para el 2030. Ojalá.

Los peruanos no han hojeado, ni en las aulas, a sus Founding Fathers, es decir, los González Prada, los García Calderón, Víctor Andrés Belaunde, Mariátegui, Haya, Basadre, Porras, Sánchez. Y añadiría Flores Galindo, ya es hora: la generación de los sesenta. Pero un sensato y poderoso regenerador de la educación peruana, el doctor Vexler, ha alejado cuidadosamente todo tipo de pensadores de los textos que regala el Estado, reemplazados por una serie de anónimos que superan a todas esas vejeces. Tiene razón el ministerio de la deseducación. El actual Perú es una suerte de “tigre asiático”. Su modernización lo ha poblado de carreteras anchísimas que se elevan sobre cumbres andinas, aeropuertos por todas partes, y una industrialización fundada en la agroindustria, mejor que la brasileña, y hemos exportado computadoras fabricadas en el Perú a la manera de Corea del Sur. La modernización es una transferencia de empleos de alta calificación de manera masiva a la parte menos rica de la población, y se ha cumplido, ¿no es cierto? Hemos invertido como locos en recursos humanos. Como abunda la mano de obra calificada, no tenemos mafias ni asaltantes.

Claro está, esa modernización se explica en el Dictionnaire critique de la sociologie de Bourricaud (que en la Católica ni se menciona, fue profesor de Alan García). Una de las exigencias es la “actitud laica”. De repente esta línea le hace pegar un respingo al cardenal Cipriani. No se incomode, Eminencia, los sociólogos no hablan de “laicización” en religión sino en política. Es decir, cuando las opiniones no son absolutistas ni intolerantes. Como todos sabemos, los peruanos somos lo máximo en el respeto a la opinión del otro. La derecha respeta a la izquierda, y la izquierda a la derecha. Nos apreciamos todos. Una-sola-fuerza es el Perú. Al menos, hasta que cesen las lluvias.

 

Hugo Neira

Hugo Neira
10 de abril del 2017

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