Martin Santivañez

La vocación política de los jóvenes (I)

La vocación política de los jóvenes (I)
Martin Santivañez
13 de noviembre del 2015

¿Por qué debemos alentar la participación política de la juventud?

Se desprende de la propia historia de la Iglesia que los cristianos tenemos el deber de llenarlo todo. Por “todo” me refiero a todas las realidades nobles de la tierra. San Agustín decía que la Iglesia habla todas las lenguas y las que no habla, las hablará. La política, en tal sentido, es un lenguaje, una lengua particular. Es importante que los cristianos aprendan a hablar el idioma de la política.

Tertuliano escribió unas frases de verdad impactantes sobre la vocación pública del cristianismo: “Nosotros somos de ayer, sin embargo, lo llenamos todo. Llenamos vuestras ciudades, islas, fuertes, pueblos, concejos, así como los campos, tribus, decurias, el palacio, el senado, el foro, solamente os hemos dejado vuestros templos. Nosotros podríamos migrar y dejaros en vergüenza y desolación. Nosotros debemos de ser al menos tolerados, porque somos un cuerpo unido por la comunidad de religión, de disciplina y de esperanza. Nosotros nos reunimos para orar, aun por los emperadores y las autoridades”. El cristianismo nace, pues, unido a la vida social, se nutre de ella y aspira a transformarla. El cristianismo puede y debe llenar la política, tiene que transformar la política sobre todo cuando ésta padece una crisis moral que se extiende a otros órdenes de la convivencia.

¿Por qué debemos fomentar la vocación política de los jóvenes? Hace cien años Victor Andres Belaunde pronunció un discurso en San Marcos en el que señaló que la raíz de la crisis de su tiempo era una raíz de índole moral. Así, el joven Belaunde sostuvo que la nación peruana atravesaba una grave crisis política, económica y social, una crisis institucional y estructural que tenía como trasfondo una crisis moral, ética. Para el joven  Belaunde, «esta crisis económica es política y moral al mismo tiempo […] todo fenómeno político envuelve una cuestión moral».

Hoy, como hace cien años, nuestro país padece una grave crisis moral que tiene manifestaciones políticas, económicas, académicas y sociales. Esta crisis es una crisis de valores y se trata de un enfrentamiento que muchas veces, de manera dramática, se salda con la vida y la muerte de seres humanos. Hablo, por ejemplo, del aborto que se cierne como una sombra sobre nuestra sociedad, hablo de la cosificación de la persona, de esa instrumentalización del ser humano que es el drama, la gran tragedia de nuestro tiempo. Esta crisis moral también se materializa en la corrupción del Estado, en la delincuencia rampante, en la inseguridad ciudadana, en la ineficacia y la desconfianza en los políticos. Por eso, cuando hablamos de una crisis moral estamos hablando en el fondo de una crisis de la persona.

Esta crisis moral tiene una base muy clara: el relativismo. Se trata de una actitud ante la vida que elimina todo referente absoluto, no hay belleza ni fealdad, no hay bondad ni maldad, nada es malo porque todo puede ser bueno, cualquier realidad negativa es tildada de buena. El relativismo evanescente ha penetrado todos los extremos de la sociedad y también ha inundado la política. El político relativista vive en función a los fines. El fin justifica los medios y la política se transforma en un juego de posiciones decadentes, en oportunismo individualista, sin lugar para los principios. El político relativista tiene horror al absoluto y desarrolla un instinto de supervivencia que tiene un trasfondo egoísta. Y con egoísmo no se transforma un país. Formar a una generación nueva de políticos que retornen a los principios y sean conscientes de las necesidades esenciales del bien común es una tarea urgente para todas las personas de buena voluntad que viven en el Perú.

Por: Martín Santiváñez Vivanco

Martin Santivañez
13 de noviembre del 2015

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