Eduardo Zapata

La subordinación perpétua

La subordinación perpétua
Eduardo Zapata
06 de noviembre del 2014

¿Con qué tipo de estructuración se sentirían más cómodos los usuarios del Estado?

Lo sabemos. Las lenguas y los usos lingüísticos expresan el modo de pensar de colectividades e individuos.

Si en una lengua hallamos muchos términos factibles de ser utilizados como demarcadores raciales, es altamente probable que haya en el grupo social un sustrato racista o clasista. Blanco, blancón, blanconcito, blanquiñoso, serrano blanco, colorado…

Sin embargo –y por la existencia y frecuencia de uso de esas mismas palabras- junto con los términos bebemos también las categorías subyacentes a ellos. De donde las lenguas moldean, en gran medida, nuestro pensamiento; no solo lo expresan.

En la escuela aprendimos a distinguir estructuras sintácticas coordinadas de subordinadas. No insistieron mucho, seguro, en que privilegiar uno u otro tipo de estructura afectaba también nuestro modo de concebir lógicamente el mundo. Menos nos advirtieron de que ese privilegiar sintáctico mutaba en función de si las personas o grupos sociales privilegiaban la palabra hablada, la escritura fonética u –hoy- la palabra electrónica.

Ocurre que mientras las sociedades que se entretejen en torno a la escritura fonética y a la cultura del libro acuden con recurrencia a la subordinación, las sociedades orales y electronales acuden a la coordinación. Mientras las primeras –a las que denominamos escribales- saben de subordinantes y subordinados gramaticales, los orales y electronales saben más de coordinaciones, particularmente de yuxtaposiciones.

Asómese a la pantalla de una computadora donde un niño o un joven está escribiendo. Asómese al mundo del Facebook o de los mensajes de texto. Asómese a las versiones on line de muchos diarios en el mundo. Asómese al mundo electronal. Comprobará con facilidad la casi ausencia de términos como que, quien, cuyo como demarcadores de una anunciada subordinación.

Asómese ahora al mundo mismo que lo rodea. Si ayer la sala de las casas o departamentos era el elemento subordinante de los otros espacios, hoy no lo es más. Si ayer en las comidas había una entrada, un segundo y un postre y este ritual se repetía dos veces al día, hoy no podemos hablar de plato principal que subordina a los demás. Si ayer todas las calles nos conducían a una plaza principal entendida como centro de reunión, hoy múltiples espacios –como los malls o el propio mundo virtual, por ejemplo- adquieren relevancia de convocatoria social.

Mire usted la estructura del Estado o el organigrama de cualquier Ministerio o entidad pública. Responden a una lógica de estructuración vertical con frondosos árboles subordinados a un solo subordinante. Mire usted el organigrama de una empresa moderna. Verá estructuraciones horizontales, Gerencias de Productos, equipos de trabajo multidisciplinarios ad hoc, task force. Mientras una estructuración supone pasos, trámites sucesivos y responsabilidades disolutas casi hasta el infinito, la otra supone menos pasos, responsabilidades individualizadas y resultados concretos.

Siendo los usuarios del Estado peruano mayoritariamente orales y electronales ¿a qué tipo de estructuración sintáctica sigue obedeciendo el Estado? ¿con qué tipo de estructuración los usuarios del Estado se sentirían más cómodos? La respuesta se cae de simple. A no ser que se desee el pretexto para las decisiones discrecionales de la autoridad subordinante, a no ser que se desee el trámite o el clientelismo, el pie mismo para la corrupción. A no ser que se desee, en fin, la subordinación perpetua.

Por Eduardo E. Zapata Saldaña
6 - nov - 2014  

Eduardo Zapata
06 de noviembre del 2014

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