Darío Enríquez

La sublime búsqueda de la verdad

La sublime búsqueda de la verdad
Darío Enríquez
03 de mayo del 2017

¿Quiénes construyeron la civilización occidental?

En el contexto de nuestra tesis sobre los tres elementos fundamentales en la construcción de nuestra civilización, habíamos señalado la familia, el comercio y la búsqueda de la verdad. No basta con el simple enunciado. El desarrollo de la tesis nos lleva a identificar instituciones y procesos que dan soporte a esos elementos, tales como el matrimonio, las comunidades, las aglomeraciones urbanas y los mercados. Pero hay otras.

En anteriores entregas revisamos el tema de las aglomeraciones urbanas y la importancia del comercio y los mercados. Ahora, para lo que denominamos “búsqueda de la verdad”, el camino civilizatorio nos lleva a las universidades y el desarrollo científico. Aunque parezca un contrasentido —para visiones sobre todo tubulares, reduccionistas y cerradas a un análisis holístico—, el rol que han jugado las creencias religiosas ha sido central en el proceso de emergencia, evolución y consolidación de la institución universitaria; y por ende en la creación, validación y propagación de conocimientos.

Como lo señaláramos en un artículo anterior, la búsqueda de la verdad tiene que ver con ese impulso inherente al ser humano a saber qué sucede a nuestro alrededor, para explicar el mundo que nos desafía y la inmensidad del espacio que nos subyuga. También encontramos en multiplicidad de mitos el mandato divino de dominar la naturaleza y ponerla al servicio del ser humano. Desde las religiones más primitivas hasta las ciencias más avanzadas, pasando por una panoplia de filosofías y visiones del mundo, son expresiones humanas de esa incesante búsqueda de la verdad.

Aunque la ciencia sea hoy el puente por excelencia desde la humanidad hacia el conocimiento, no es la única forma de llegar a él (Denegri 2012). Las llamadas visiones mágico-religiosas, e incluso las filosofías menos racionalistas, juegan y seguirán jugando un rol en ese empeño tan humano. Desde aquel momento estelar en que dominó el fuego y descubrió los metales contenidos en piedras, hasta la relatividad, la energía nuclear y los viajes espaciales, el ser humano cuestiona al mundo, trata de aprovecharlo para sí y de responder a los retos que la naturaleza le presenta.

Aunque no se les considera propiamente universidades, en el antiguo mundo grecorromano ya encontramos instituciones en las que los jóvenes recibían una educación de nivel superior. En el llamado siglo de oro árabe (entre los siglos VIII y XIII), la actividad intelectual se centralizaba en las mezquitas, que se consideran el inmediato antecesor de los centros universitarios. En las mezquitas había espacios denominados “madrazas”, donde se impartieron inicialmente enseñanzas teológicas, pero muy pronto incorporaron disciplinas como las matemáticas, la astronomía (aún entremezclada con la astrología), la medicina, la alquimia, etc. También el estudio y dominio de lenguas extranjeras, vital para el sostenimiento de las conquistas del gran califato islámico en el mundo de entonces. De hecho, algunas de esas madrazas evolucionaron hacia un formato propiamente de universidad, una vez que la institución emergiera formalmente en Occidente y se expandiera por el mundo (Chaney 2016).

Durante la Edad Media, entre los siglos V y XV, fueron los monjes católicos quienes preservaron la tradición cultural y rescataron los conocimientos del mundo antiguo, para luego difundirlos y convertirlos e en el soporte del Renacimiento europeo (Woods 2009). El encuentro con el mundo islámico, en medio de tensiones, conflictos y guerras, fue también un proceso de gran dinamismo y que favoreció el intercambio de conocimientos y un mestizaje cultural intenso (Tostado 2013). Algunos autores han estudiado el aporte científico, filosófico y teológico de los cristianos que vivían en los territorios conquistados por los califatos, en un proceso histórico poco conocido que aún espera mayores revelaciones (Brague, 2009). La idea de que la Edad Media fue una época oscurantista, plena de ignorancia, represión y superstición, no es compatible con el hecho incontestable de que el sistema universitario surgió en esos tiempos.

No se conoce la fecha exacta en la que aparecen las primeras universidades de Occidente (París, Bolonia, Oxford y Cambridge), pero a mediados del siglo XII ya se ha difundido su funcionamiento, reconocimiento y prestigio. Los elementos básicos que se mantienen hasta hoy en los espacios universitarios son definidos en un proceso largo, sostenido y firme: cursos magistrales, otorgamiento de títulos, reconocimiento de competencias, debate e intercambio libre de ideas, libertad de cátedra, entre otros (Brague 2009). El sistema universitario jugó un rol determinante en el desarrollo y hegemonía de la cultura occidental.

Le debemos mucho a todo lo realizado en ese “Milenio de oro” que fue en verdad la Edad Media, aunque algunos le llamen falazmente “era de las tinieblas”. Sin todo el conocimiento recuperado de la antigüedad, el propio producido y la difusión de ambos por parte de las instituciones medievales —conventos y universidades— no conoceríamos la grandeza de la antigüedad, ni la ciencia, filosofía, teología y artes que fueron la base del Renacimiento y el impulso fundamental para el liderazgo ejercido por la civilización occidental desde entonces hasta nuestros días. Por algo desde ella emergen, se consolidan y difunden las grandes revoluciones científicas y tecnológicas.

El desconocimiento que aún subsiste en el imaginario popular respecto del rol que jugaron las creencias religiosas en el proceso civilizatorio, en especial el gran aporte de la Iglesia católica, es resumido en este texto de Thomas Woods (2009):

Que la civilización occidental tenga una gran deuda con la Iglesia por la existencia de las universidades, las instituciones benéficas, las ciencias, la música, las artes, el Derecho Internacional y otros importantes principios legales, entre otras muchas cosas, no parece que les haya sido inculcado [a nuestros jóvenes] con especial rigor. La civilización occidental debe a la Iglesia católica mucho más de lo que la mayoría de la gente, incluidos los católicos, tiende a pensar. Lo cierto es que la Iglesia construyó la civilización occidental.

 

Darío Enríquez

 
Darío Enríquez
03 de mayo del 2017

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