Raúl Mendoza Cánepa

La soledad y el Face

Contrastes entre la vida virtual y la real

La soledad y el Face
Raúl Mendoza Cánepa
26 de junio del 2017

Contrastes entre la vida virtual y la real

Apenas dos mujeres de negro acudieron a su cortejo fúnebre. Inhumado en una fosa de Beneficencia, sin nombre, identificada con el 113, nadie reclamó sus restos. José Ángel Taboada era español (de Vigo) y vivía solo, alejado del mundo y colmado de desperdicios que acumulaba como una barricada para esconder su orfandad.

Sin embargo, José contaba con un adminículo que lo conectaba al mundo, y más precisamente a Facebook. En la red social estaba vivo por horas. Opinaba de coyuntura, respondía mensajes, parecía un hombre alegre, irónico y siempre rodeado de gente. Tanía 3,544 amigos entre sus contactos, no conocía a ninguno personalmente. Cada like era un vital gesto de aprobación en medio de un vecindario que lo observaba con extrañeza, sin acercarse. El like era su nutrición. Solo cuando José dejó de escribir y conectarse, una “amiga virtual” notificó a las autoridades. El “facebuquero” amigable fue hallado muerto. Tampoco ninguno de sus amigos del Face se preguntó por el solitario de Vigo, y quizás el grueso de sus contactos no se haya percatado de su ausencia hasta hoy. Así somos. José apareció entre las noticias de El Mundo. Tremendo y tardío logro. Corría abril del 2016.

“Yo soy como el jabón, lo que piensen de mí me resbala", escribió alguna vez este huérfano de padre y madre, de 51 años, sin hermanos,primos ni tíos a la vista. Otra vez escribió un post paradigmático: “Soy una persona feliz, muy feliz” ¿Lo era? Era una fantasía de sí mismo facilitada por una tecnología que tornó en simulación. Fotos trucadas de vida social, palabras, viajes al interior del otro, todo tan lejos de la vida real, como si José hubiera escrito una novela sobre sí mismo, en la que él era el protagonista. La soledad de la vida moderna impide al hombre conectarse realmente con el otro, y en la dinámica de los apuros ajenos no queda sino el artilugio de una red. Esa pantalla engañosa le impidió a José la proximidad, el olor, el abrazo, la humareda de un cigarro en común que lo penetre.

Rodeado de inmundicias, desempleado hacía diez años y ya sin la ayuda social de 400 euros que le permitía alimentarse, José no perdió la chispa ni la asiduidad. Escribió, colgando la fotografía de un espermatozoide: “Mi primera foto”. José ni siquiera hubiese sido encontrado si no fuese por Dori, con quien se comunicaba a menudo. Una de las últimas madrugadas le preguntó por el interno: "¿Estás despierta?". Ella respondió más de una vez, pero al no hallar respuesta pensó que el solitario Diógenes había perdido el crédito. La tinerfeña fue quien puso la voz de alerta. Dori sostuvo que la imagen de José era la de un ser sociable y optimista que se encontraba todos los días con los amigos para dialogar de política. Eso le decía. El José real distaba, para su estupor, del José que Facebook le regaló como un espejismo.

José supo de las ilusiones rotas, de amistades que nunca conoció y de lo pernicioso que puede llegar a ser cuando, a falta de oídos reales, quedan esos múltiples ojos que solo ven sin sentir, sin empatía, sin encanto, sin amor. Cuán auténticos son los que solemos ver en una pantalla, cuántos de sus déficits vitales pueden mostrarnos sutilmente un post o una foto; cuántos complejos y carencias se pueden desprender de una grafía, de un emoticón o de una imagen.

Ignoro por qué José abrazó la indigencia, solo sospecho que fue un disfraz que escondió su realidad. Cuánto le hubiera enriquecido una palabra real soltada con aliento tibio, pero ya es tarde. Las notas en diarios españoles dieron cuenta de su existencia y él no vivió para gozarlo. Quizás esta noticia no estremeció tanto a este columnista como aquella en la que Ray Johnstone (australiano), viudo jubilado de 75 años, afectado por la pérdida de su único amigo, escribió en enero: “Busco a alguien para ir a pescar”.

Son los milagros y miserias que las redes nos muestran sobre esta modernidad más ocupada que líquida. Y que se desocupa decenas de veces solo para abrazar y “amar” al otro a través de una pequeña pantalla, tan minúscula e inasible como los pequeños sueños de todas esas miles de pequeñas vidas.

 

Raúl Mendoza Cánepa

Fotografía: BBC

Raúl Mendoza Cánepa
26 de junio del 2017

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