La revolución social de Pedro Pablo

Debe ser mucho más que agua para los más pobres

Flor de un día el optimismo poco contagioso de Pedro Pablo. A su estilo, durante las Fiestas Patrias su entusiasmo no mueve ni conmueve de manera sostenida, perdurable, que se quede en el alma, que se sienta y se comparta. Cree que la revolución social de la que habla se hará con los permisos indefinidos para los vehículos con lunas polarizadas, brevetes con más tiempo de vigencia y ADN gratis para tanto sinvergüenza que niega la paternidad de sus hijos. Y,que esa revolución vendrá con Dakar y los Juegos Panamericanos, competiciones para grupos de aficionados.

La verdadera transformación social significa cambiar radicalmente los pensamientos de las personas. Cambio de mentalidad en cuestiones de limpieza, respeto, puntualidad, honradez, sinceridad y otras más. La gente no puede seguir victimizándose. Una mala señal si se quiere ser parte de la OCDE. ¿Cómo ser del club del primer mundo si los médicos y maestros se quejan de sus salarios bajos, si los consumidores alegan ser estafados por los industriales, la serranía se siente abandonada por el Estado y los campesinos, usurpados por las compañías mineras que exploran sus comarcas? ¿Cómo creerse ricos lamentando innumerables carencias materiales y espirituales?

La transformación social de la que habla Pedro Pablo debe remover totalmente los cimientos de la estructura estatal burocrática y altamente aletargada, mafiosa, timorata y leguleya, que no responde a las necesidades de los nuevos tiempos. Normas y regulaciones que atrofian deberían ser borradas sin tanto meditar. Deben desaparecer las instituciones públicas que generan inconformidad en la población. ¿Para qué sirven las prefecturas y subprefecturas? ¿Para dar trabajo a las portátiles y para seguir haciendo política estéril? El exgobernador de Apurímac, Elías Segovia Ruiz, es otro ejemplo de la putrefacción de los gobiernos regionales. Con orden de captura, es acusado de diez delitos de corrupción. Y ni una palabra para repensar los gobiernos regionales, que manejan mucho dinero a libre disponibilidad. Gobernadores ocupados en obras de cemento y fierro porque allí está la comisión que los saca de la pobreza.

La ambición de Pedro Pablo no puede ser tacaña ni mezquina. La abundancia debe ser la meta, inconformes con lo poco o mucho que se pueda estar logrando. El presidente debería contagiar genuinos y acertados esfuerzos por la prosperidad que trae felicidad de manera responsable, que defiende derechos y asume responsabilidades con valentía, sin resentimientos y odios encarnizados.

La revolución social que se imagina Pedro Pablo no se hace desde un escritorio gubernamental. Se hace en las plazas públicas y mercados, de puerta en puerta, en los colegios y universidades, movilizando gente ideológicamente preparada y comprometida con el país, persuadiendo a los dueños de los medios y empresarios;y diciéndoles que la defensa de sus riquezas pasa por la defensa del sistema, por un Estado ordenado y con firme autoridad, penetrando en la mente de la gente como lo hace Sendero Luminoso por medio del Movadef y grupos de fachada y organizaciones que controla. La revolución social debe aliarse con los profesores del SUTEP, con los agremiados que no han tomado partido en contra del sistema.

Una revolución social es mucho más que agua y desagüe para los más pobres. No con los millones que se dice llegarán con los turistas y la publicidad que dejarán Dakar y los Juegos Panamericanos, sin “chorrearle” a los millones de peruanos.

Manuel Gago