LA REVOLUCIÓN DIGITAL NO ES UN CUENTO

Convergencia de tecnologías que cambiará totalmente el mundo

Acabo de terminar de leer el fascinante libro de Ryan Avent, The Wealth of Humans (La riqueza de los Humanos). Avent no es Julio Verne ni Herbert George Wells; menos Isaac Asimov o el genial Philip K. Dick. En otras palabras, no es un clásico de la literatura de ciencia ficción. Aunque algunos dirían que su libro es ficción basada en hechos reales, porque imagina el futuro de la humanidad. En realidad se trata de una etnografía de la revolución digital, que los economistas llaman la cuarta revolución industrial; es decir, la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas que cambiará totalmente el mundo.

Avent afirma que la tecnología digital modificará al trabajo de tres maneras: primero, la automatización reemplazará a los trabajadores; segundo, la globalización profundizará los bajos ingresos de la gente; tercero, la tecnología hará que los trabajadores calificados sean más productivos, lo que permitirá más eficiencia y mayores ganancias para las empresas.

Además, la cuarta revolución industrial creará un enorme desempleo, sobre todo en los trabajadores menos calificados. Es decir, tendremos en el futuro un gran conflicto social por la forma como nos adaptamos a la inevitable revolución digital. Sin embargo, Avent propone combatir el proteccionismo en todos los campos y exhorta a los gobiernos a aprovechar las bajas tasas de interés y a emitir bonos públicos para financiar infraestructura productiva. Más aún, no cree que las mejoras en educación y la formalización de los trabajadores de bajos salarios ayudarán a reducir el desempleo.

También, señala que la construcción de viviendas para los sectores de menos ingresos aliviaría la crisis del empleo que viene con la revolución digital. Además señala que es necesaria una redistribución equitativa de la riqueza. Afirma que se desarrollará una gran confrontación ideológica en torno a la tecnología y a las nuevas formas de poder. Es decir, la premisa del debate será si estamos frente a un darwinismo tecnológico, en el que aquellos que no se adapten no lograrán sobrevivir.

Ahora, la pregunta que nos interesa es: ¿El Perú tiene la posibilidad de enfrentar este nuevo reto tecnológico? La respuesta: solo si hacemos la revolución social que disminuya más del 50% el déficit de US$ 176,000 millones en infraestructura social y productiva. Es decir, necesitamos una economía de guerra que acabe con los diez millones de peruanos sin agua ni desagüe; y que construya carreteras, puertos, colegios y hospitales conectados a Internet. Esta adaptación a la revolución digital no es una simple reforma administrativa de decretos legislativos, es un proceso social de agitación que está lleno de contradicciones, pero que tiene metas muy claras. Además, se necesita mucho coraje para hacerla, y lamentablemente eso es lo que menos tiene la clase política peruana. Una revolución no es un dislate frívolo; al contrario, es compromiso con la gente. Y no busca la popularidad de los sondeos ni el halago de la gente.

Finalmente, si el Perú se ahoga en la corrupción es por obra de su clase política que, desde la derecha a izquierda, han sido cómplices de las empresas brasileñas y de sus socios nacionales. Más aún, el drama nacional es que la democracia se percibe tan corrupta como la dictadura. Por eso es inevitable la revolución social, porque sin ella no sobreviviremos al cambio tecnológico mundial. Ahora bien, la revolución social tiene dos caminos: se hace en democracia o en dictadura. Lo demás si es un cuento de ciencia ficción.

Por Tino Santander Joo