Gustavo Rodríguez García

La propaganda engañosa

La propaganda engañosa
Gustavo Rodríguez García
23 de junio del 2014

Fábulas del pastor y la alcaldesa

Un pastor vivía en una aldea y tenía la mala costumbre de decir mentiras. En alguna oportunidad, alarmó a los habitantes gritando que venía el lobo. Sin embargo, cuando los vecinos llegaban para ayudarlo, solo encontraban al pastor muerto de risa. Ocurrió de nuevo y los pastores salieron a ayudarlo pero solo encontraron burla dado que no había lobo alguno. Después de algunas semanas, un lobo grande atacó a las ovejas. Lleno de miedo gritaba por ayuda pero todos ignoraron al pastor. El lobo destrozó el rebaño. Y es que a un mentiroso no se le cree… aunque diga la verdad.

Cuentan otra historia. Una alcaldesa de un poblado pintoresco un día prometió no tentar una reelección. Los cuestionamientos habían sido muchos, fundados o no, y la imagen de esta alcaldesa no era buena. Los pobladores decidieron escuchar su promesa y mantenerla en el cargo para dar estabilidad al pueblo. Tiempo después, anunció su candidatura reelecionista. “No he mentido”, dijo. “He cambiado de opinión”, agregó.

Imagine que decide contraer matrimonio y su pareja le promete fidelidad. Durante la luna de miel descubre un acto de infidelidad. Usted le increpa a su pareja por la promesa quebrada. Sin embargo, le responden que no hay promesa rota sino un cambio de opinión. Las promesas que nos hacen las personas generan expectativas. Si las promesas pudieran romperse ante un cambio de opinión sin remedio legal alguno para la parte defraudada, no se celebrarían contratos y el desarrollo económico se vería seriamente comprometido.

La ley de represión de la competencia desleal proscribe que un agente de mercado incurra en actos de engaño. No se puede competir en el mercado valiéndose de la mentira. No me explico el porqué debería ser aceptable que se pueda competir en el mercado político (electoral) sobre la base de la mentira. Esta ley no se aplica, lamentablemente, al discurso político. Si un anunciante miente sobre una característica de su producto, lo multan. Si un político miente no pasa nada. La represión del engaño aplica cuando estamos frente a publicidad comercial pero no cuando estamos frente a propaganda política.

Es el mundo al revés. Una empresa no tiene incentivos para mentir a sus consumidores. Si el producto es de consumo repetitivo, la empresa perderá a un cliente a futuro. Si el producto tiene atributos visibles, claramente no mentiría sobre éstos. Si a la empresa le importa su reputación, no mentiría tampoco. No obstante ello, la ley reprime el engaño. En el caso de los políticos el incentivo puede no ser suficiente porque la recompensa puede ser sustancialmente mayor (un cargo público, por ejemplo). Es una paradoja que merece reflexión. En la historia, nunca se cuenta que pasó con la alcaldesa que “cambió de opinión”. Si la historia concluyera en que los pobladores no la reeligen, quizás podríamos reafirmar que a los mentirosos no se les cree… aunque digan la verdad.

Por Gustavo Rodríguez García

Gustavo Rodríguez García
23 de junio del 2014

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