Alonso Pahuacho

La patria es una camiseta

Construyendo lo nacional en base al fútbol

La patria es una camiseta
Alonso Pahuacho
13 de agosto del 2018

 

El pasado martes 26 de junio la selección peruana de fútbol culminó su participación en el Mundial Rusia 2018 con un simbólico triunfo ante Australia. Aquellos tres puntos, con mucho pesar para la hinchada blanquirroja, no alcanzaron para cumplir el gran objetivo anhelado por toda la comunidad futbolística: clasificar a los octavos de final. No obstante, a pesar de esta decorosa eliminación, este Mundial deja lecciones que pueden —y deben— ser recogidas por todas las personas que de alguna u otra manera estamos involucradas en el porvenir y desarrollo de nuestro siempre incomprendido fútbol.

En primer término, es relevante hacer foco en la enorme cantidad de peruanos que siguieron el devenir del equipo nacional en sus peripecias soviéticas. Ya sea viajando hasta la fría Rusia, gastando sus últimos ahorros o endeudándose; reuniéndose en algún bar o plaza pública para ver los partidos en las enormes pantallas que se pusieron a disposición de la selección. En Lima y en grandes partes del territorio nacional la expectativa por seguir las incidencias del equipo fueron, sin lugar a dudas, un sentimiento hegemónico que alegraba al público. ¿Por qué razón? ¿Qué movilizaba a estas personas?

Creo, sin temor a equivocarme, que el fútbol resulta tan importante para la gran mayoría de peruanos por la experiencia asociativa que representa su núcleo; es decir, al vívido sentimiento de pertenencia nacional que proporciona. De allí podríamos afirmar, en el contexto de un torneo como el Mundial, que el fútbol se presenta como el escenario donde se resuelve el destino y prestigio de una nación. Enfrentar a rivales europeos como Francia o Dinamarca colocó al fútbol peruano en un pedestal sobre el cual nunca imaginó situarse. Y el orgullo patrio llegó por la posibilidad de realizar buenos partidos, en un alto nivel competitivo. Para algunos sonó a consuelo, para los optimistas aquello significó una suerte de renacimiento del fútbol peruano.

El equipo peruano arribó al aeropuerto Jorge Chávez de Lima el jueves 28, pasadas las ocho de la noche, y fue recibido, literalmente, por un mar humano. Miles de fanáticos, entre hombres, mujeres y niños, esperaron desde tempranas horas para poder ver de cerca a sus ídolos. Luego del triunfo ante Australia por 2-0, el director deportivo de la Federación Peruana de Fútbol, Juan Carlos Oblitas, había indicado que no se debía celebrar una eliminación y esperaba que no hubiera grandes recibimientos. Sin embargo, su pedido no fue escuchado. Lo que remarcó la prensa en aquellos días fue que los peruanos no estaban “celebrando una derrota” sino, por el contrario, “siendo agradecidos” con los héroes que los habían llevado nuevamente a un Mundial.

El fútbol, lo sabemos bien, es un terreno fértil donde crece continuamente la ilusión. Esta siempre se renueva. Y ese ensueño es, precisamente, lo más difícil de procesar. Si el balompié es un deporte en el cual la derrota se convierte en moneda corriente (el fútbol no solo consiste en ganar, por lo general consiste en perder), debemos advertir, como hinchas, que lo que nos consume por dentro no es la derrota ni la eliminación. Lo que nos quema y nos seduce al mismo tiempo es esa capacidad que tiene el fútbol de producir esperanzas renovadas, de involucrarnos a todos y todas. Aquella esperanza que llega con el inicio de una nueva Eliminatoria, en la cual los peruanos, nuevamente, queremos destacar.

La blanquirroja ha sido, en el imaginario colectivo peruano, la pantalla en la que se proyectan las obsesiones, anhelos y frustraciones sobre la identidad nacional. Durante muchas décadas, cuando las cosas no iban bien —en el Perú y en la selección— el fútbol solía representar todas las paradojas y disfunciones de la sociedad. Hoy, cuando se cuenta con “caché” de equipo mundialista, el balompié inca se construye discursivamente como una utopía de unidad entre todos los peruanos. Desde luego, esta representación es eso, una representación. Como académicos (y alejándonos del hinchaje quizá) debemos advertir ese carácter construido de lo “nacional” en base al fútbol. Y estar atentos a sus clivajes, fisuras y desgarramientos.

 

Alonso Pahuacho
13 de agosto del 2018

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