Rocío Valverde

La pasión por leer

De la taxidermia a la lectura

La pasión por leer
Rocío Valverde
03 de abril del 2017

De la taxidermia a la lectura

Este sábado fui una vez más a The Wellcome Collection en Londres. En verdad, creo que nunca me cansaré de ir y no existe persona en mi vida a quien no le haya contado algo acerca de este lugar, pues albergo la esperanza de que se animen, vayan y den rienda suelta a su curiosidad. Esta vez fui a ver una exposición sobre las especies llamada “Making Nature: How we see animals” sin spoilers, sin leer reseñas, sin nada. Fui con la mente y los ojos muy abiertos pues estaba llena de teína.

Al entrar vi que debajo una mesa había un silencioso espectador: un zorro parecía dormir el sueño eterno. Su pelaje brillaba, su nariz parecía aún húmeda, sus ojos estaban completamente cerrados y se encogía en un intento de hacerse lo más diminuto posible al ojo humano. Mi mente interpretó su gesto como de temor, como si estuviera ocultándose de algún cazador. Pobre zorro. ¿Llegamos muy tarde y ya lo habrían desollado?

Está claro que fue solo mi percepción del animal. Para cualquier otro espectador este zorro quizás tenía cara de culpable y se escondía porque se acababa de zampar un par de gallinas. El zorro asesino era un fugitivo que no merecía ver otro amanecer. Un bebé que gateaba por la sala se acercó al zorro de múltiples personalidades sin temor alguno. Este niño no sabía de fábulas de zorros astutos, ni sabía del odio calcinante del granjero por los zorros maliciosos.

La verdad es que el animalillo era completamente ajeno a nuestras percepciones. Ese zorro había sido taxidermizado y nos invitaba a interpretarlo. Seguí avanzando por la sala y sobre una mesilla encontré esta vez un diorama que mostraba a tres zorros en una actitud infantil, jugando con una pureza de cachorros ¿Acaso esto era…?

De repente giré y vi un tocado tribal antiquísimo. Lo reconocí de inmediato; esas plumas no podían ser de otras más que de las aves del paraíso. Y en ese momento me di cuenta de que estaba en una exposición sobre uno de mis temas favoritos: la taxidermia.

Este tema es controversial y lo sé. Personalmente a mi me emociona leer la historia de la taxidermia, leer diarios y revivir las sensaciones frente al encuentro del hombre con lo “exótico”, sumergirme en los viajes de los exploradores en busca de animales de los que solo habían leído en bestiarios, sentir un dilema con la obra de Walter Potter, leer sobre la época victoriana de la taxidermia y mucho más. Con solo pensar en ello me palpita el corazón a mil revoluciones por minuto.

En medio de la exposición no paraba de susurrarle a mi esposo más información y curiosidades de lo que estábamos viendo, mientras le repetía innumerables veces que no podía creer que lo que había escrito en varios artículos a lo largo del año estuviera tangible en una habitación para el disfrute de mis sentidos.

Al salir de la exposición fuimos directo a la tienda y elegí tres libros. Tres maravillas de libros sobre taxidermia, dos bestiarios y una biografía. Compré dos de ellos porque lamentablemente, aunque me llaman come flores, no puedo digerir la celulosa de los libros. Viéndome con estos ejemplares en el bolso pensé instantáneamente en mi familia. ¡Estoy segura de que si mis padres y mi hermano vieran la cantidad de libros que he leído sobre taxidermia no lo creerían!

Desde pequeña mis padres siempre nos invitaron a leer mucho. Un amigo de mi padre nos regalaba libros a mi hermano y a mí, casi siempre novelas. Este señor me preguntaba siempre ¿qué te gusta? Yo, claro, no sabía qué decir. Mi hermano devoraba libros como las polillas y tenía un apetito voraz por las novelas. Yo me arrastraba por las páginas como una babosa, las encontraba insufribles, me aburría seguir los diálogos, me preguntaba por qué debía importarme la vida de personas imaginarias, si no me interesaba siquiera la vida de las personas reales. Así que siempre acababa leyendo libros por obligación.

Pensaba que la lectura y yo éramos irreconciliables hasta el día que descubrí los temas que me apasionaban, esos libros que me hacían apagar la computadora y olvidarme de las horas. Si están hasta la coronilla de que sus hijos se enganchen a la pantalla azul todo el día, si ven que sus libros de Cortázar, Borges y García Márquez se empolvan, no pierdan la esperanza. Sigan rezándole al santo hasta que den con el santo de su devoción.

 

Rocío Valverde

Rocío Valverde
03 de abril del 2017

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