Jorge Valenzuela

La nueva narración histórica

La nueva narración histórica
Jorge Valenzuela
25 de junio del 2014

Peter Englund y la Primera Guerra Mundial

Ahora que estamos próximos a conmemorar los cien años de la Primera Guerra Mundial, recuerdo las páginas de un impresionante libro escrito por Peter Englund (Suecia, 1957): La belleza y el dolor de la batalla. La Primera Guerra Mundial en 212 fragmentos (2008).

Englund, aunque historiador de formación académica, conforma esa nueva generación de escritores que se ha apartado de la historiografía como ciencia para acercarse al pasado desde el registro de la subjetividad documentada en textos mayoritariamente privados. Su libro prueba que es posible escribir historia renunciado al relato impersonal y a la objetividad.

En su pluma, la Primera Guerra Mundial nos llega a través de lo que él mismo denomina “universo emocional”, un universo constituido por los sentimientos, impresiones y vivencias de un conjunto de personas de diversa naturaleza y nacionalidad que sufrieron el impacto de la guerra y terminaron perdiendo la esperanza. En su libro, Englund trabaja con veinte personas reales y con los documentos que redactaron mientras duró la guerra (por ejemplo tenemos entre ellas a una colegiala alemana, a una enfermera rusa, a un cazador de montaña del ejército italiano y a un funcionario de ministerio francés). Llama la atención el que Englund haya elegido a personas entre veinte y treinta años e incluso a una niña de doce años al momento en que se desarrollaron aquellos hechos cruentos.

Las perspectivas desde las cuales estas personas observan la guerra son diversas y son procesadas por un narrador que construye el gran fresco de la conflagración mundial a través de 212 fragmentos que conforman una historia de horror que se inicia el 4 de agosto de 1914 con una anotación en el diario de la colegiala Elfriede Kuhr (en la que da cuenta de la partida del 149° Regimiento de infantería alemán a la guerra para enfrentar a los rusos), y que concluye el 13 de noviembre de 1918 con la crónica del regreso de Pál Klemen, un oficial del ejército austro-húngaro de 20 años, a Budapest.

Cada uno de los fragmentos sigue la siguiente técnica: Primero se procede al fechado del hecho marcando el día y el lugar; luego se titula el fragmento recuperando el acontecimiento que será el centro del relato, (por ejemplo “Pál Keleman pernocta en el paso de Luzuna”) y, finalmente, se da paso a la reconstrucción del suceso apelando a dos procedimientos. Nos referimos, en primer lugar, a la focalización interna en la persona que protagoniza la acción principal con el objetivo de narrar desde la subjetividad de la misma y, en segundo término, el empleo del discurso el indirecto libre que le permite al narrador establecer esa empatía o identificación con los sentimientos de la persona que sufre los hechos. El resultado final es extraordinario: cada uno de los fragmentos nos instala en la dimensión emocional de lo acontecido y en la atmósfera que lo rodeó.

En esta reconstrucción es sumamente importante la recuperación del documento en el que quedó inscrita la impresión o emoción de la persona bajo el impacto del hecho vivido. Englund se vale de fragmentos de cartas, diarios, pensamientos, imágenes y hasta rumores para insuflarle vida a cada uno de los breves episodios en los que queda plasmada una impactante vivencia que va marcando el destino de cada uno de los que integran el dramatis personae del libro.

Vista desde esta nueva atalaya, la Primera Guerra Mundial se nos presenta como un gran nudo de expectativas, miedos, sueños, voluntades, temores, venganzas y rencores que precipitaron a la muerte a más de nueve millones de seres humanos en medio de una gran confusión. Englund nos acerca a aquellos que la padecieron desde su condición de seres comunes y corrientes y demuestra, con su libro, la maravillosa alianza (y cada vez más fascinante relación) entre la literatura y la historia.

Por Jorge Valenzuela

Jorge Valenzuela
25 de junio del 2014

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