Jorge Valenzuela

La novela negra

La novela negra
Jorge Valenzuela
03 de julio del 2014

Cuando el hogar pierde su condición de refugio seguro

Además del clima generalizado de violencia y del hecho criminal desde cuyo centro se genera el sentido general del relato, el policial negro se caracteriza por un fuerte escepticismo y por su carga de desesperanza frente a la oferta constructiva y edificante del proyecto de modernidad. En efecto, en el universo de la novela negra la administración de la muerte por los que ostentan el poder de las armas y la corrupción por el dinero (sufridos contemporáneamente en todos los niveles de la convivencia social) han terminado por afectar al ciudadano de a pie produciéndole una profunda inestabilidad emocional y una inmanejable sensación de inseguridad. Las consecuencias son claras: en contextos de crisis económica y política se naturalizan las faltas y delitos como una cuestión de todos los días y a los personajes no les queda más que padecerlos como víctimas inocentes. Razón, verdad, justicia, han perdido todo sentido en el universo negro.

En la novela negra asistimos a la escenificación de estos hechos en un espacio marcado por la ausencia de legitimidad del sistema político que ha defraudado al hombre de bien y degradado a las figuras representativas del orden porque, precisamente, son ellas las que han sufrido el deterioro moral. Sumemos a este hecho el que, en contextos caracterizados por el ejercicio indiscriminado del poder, aquellos que lo administran sufran la imposibilidad, casi inverosímil, de distinguir entre el bien y el mal.

La novela negra parte de la idea de que la sociedad moderna ha ingresado en un inevitable proceso de descomposición en el marco del capitalismo y que las muestras de esa descomposición son los homicidios y fechorías de toda índole que se producen en contextos en los que aquel sistema ha terminado por imponer su violenta dinámica de intercambio. Por esta razón cada uno de nosotros se ve expuesto a la comisión de un delito como a sufrirlo. Así, el policial negro demuestra la hipótesis fuerte que se encuentra en su centro: los criminales no nacen, se hacen en circunstancias absolutamente azarosas y contingentes y cada uno de nosotros puede llegar a convertirse en uno. Pensemos, por ejemplo, en una novela como Luna caliente de Mempo Giardinelli que explora en los mecanismos (psicológicos como ambientales) que terminan convirtiendo involuntariamente a un sujeto en un asesino. La novela negra, de este modo, termina naturalizando lo perverso como constitutivo del hombre.

Contra los postulados racionalistas de la modernidad, la visión del policial negro es fatalista. El mundo en el que se mueven los personajes es un mundo viciado en sus términos más extremos y la percepción que se tiene de él impide que los personajes puedan cambiar la circunstancias que lo rodean y mucho menos sus propias vidas. Quizá solo el consuelo de llegar a conocer alguna clase de verdad sostiene al que investiga o al que busca justicia, sin que esa búsqueda suponga descubrir al infractor.

Absurdos y crueles asesinatos, tráfico de drogas, sicariato, robos sistemáticos, estafas, miedo y corrupción paralizan a los ciudadanos mientras las calles se convierten en tierra de nadie y las casas o departamentos pierden su condición de refugios seguros en tanto pueden ser violados en medio del día o de la noche con sus habitantes dentro.

Raymond Chandler, hacia 1950, se refería a la novela negra como la novela del mundo profesional del crimen organizado, ese mundo que hoy mismo, en el día a día, vemos florecer como una enredadera de horror ante nuestros ojos. Nuestro país ya es negro en el sentido chandleriano del término. Negro porque la justicia ha perdido su lugar o se encuentra amenazada y negro porque ya no hay lugar para la verdad.

Por Jorge Valenzuela

Jorge Valenzuela
03 de julio del 2014

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