Jorge Nieto Montesinos

La mujer del César

La mujer del César
Jorge Nieto Montesinos
09 de diciembre del 2014

El ministro Figallo, como cabeza del sistema de justicia, ha fracasado

Más allá de la valoración fina y sustantiva de los hechos, el incidente que ha tenido como protagonistas al titular del Ministerio de Justicia, al asesor jurídico del despacho presidencial y a la procuradora Yeni Vilcatoma –una mujer de nombre raro, lógica expositiva implacable y un sentido del deber que uno quisiera ver en todos los funcionarios del estado- ha tenido ya un resultado político que seguramente tardará en asimilarse: el señor Figallo como cabeza del sistema de justicia ha fallado. En un gobierno exigente consigo mismo sus horas ministeriales estarían contadas. Confrontaciones públicas sucesivas en su sector, alrededor de un caso de corrupción de alta sensibilidad para la sociedad peruana, lo han tenido a él como el protagonista principal, contra sus formalmente subordinados. Eso habla muy mal de su capacidad de liderazgo y de conducción.

Si el señor ministro quería fortalecer la lucha contra la corrupción, no es eso lo que ha logrado. El saldo de todas estas confrontaciones es su contrario: debilitarla. No solo porque el caso en cuestión ya ha cobrado las cabezas de dos integrantes destacados de la Procuraduría respectiva. También porque el mensaje para todos los demás procuradores, incluyendo a su nuevo titular, parece ser muy claro: su autonomía funcional en defensa de los intereses del estado no es ilimitada. Importa poco que las sugerencias –las sugestiones si se quiere- sean hechas en voz tronante o en arrumacos sedosos, de modo directo o en zigzag. Son.

Ese mensaje también lo ha recibido la sociedad. Si la confianza en la acción de la justicia ya era un bien escaso, a veces multiplicado por obra de algunas procuradoras –aunque sea excesivo es inevitable decir la frase en ese género-, hoy esa confianza es apenas una débil y titilante luz. Si el presidente reacciona, leyendo bien todo lo que ha sucedido –para empezar, que todo ha sucedido en el seno de su gobierno-, la situación encontraría una solución política, con sus costos pero también con su haberes. La iniciativa podría regresar a la Casa de Gobierno. Sin esa reacción, puede que las campanas de las fiestas de diciembre adormezcan todo enojo, pero la sospecha se multiplicará. La legitimidad de la autoridad será severamente mellada. Con sus consabidas, concéntricas consecuencias. El trecho hacia el 2016 podría hacerse interminable y estar continuamente amagado por la crisis constitucional. Más allá de las posibles configuraciones electorales, un escenario así –por la actual circunstancia económica e institucional- puede erosionar irreversiblemente las posibilidades del actual proceso de generación y locación nacional del excedente, desarrollo que le llaman. No serÍa la primera vez que ello ocurra en nuestra historia. Pero seguro sería la más frustrante.

Todos estos hechos muestran lo importante que es la demanda ética en la sociedad. Y lo vigorosa que puede ser si encuentra personas que la sostengan. Ella está en la base de todo proceso de construcción de confianza y, por tanto, de legitimidad. Es el cemento que une a la sociedad. Y aunque muchos quisieran que las sombras de la indiferencia ética lo cubran todo para decir que en esa larga noche todos los gatos son pardos, y aunque lo fueran, siempre habrá gente sencilla que cometa la locura de querer cumplir con su deber. Ese es el cambio que se necesita. Simple, directo, al alcance de cualquiera.

Por Jorge Nieto Montesinos
(09 - dic - 2014)

Jorge Nieto Montesinos
09 de diciembre del 2014

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