Jorge Valenzuela

La memoria y la ficción

La memoria y la ficción
Jorge Valenzuela
13 de agosto del 2014

Las relaciones entre la memoria y la ficción en la novela autobiográfica

La memoria, constituida por la representación de lo que recordamos en relación con lo vivido, es en realidad, como diría Candau, un mecanismo a partir del cual nos vinculamos con el pasado y construimos, a cada momento, nuestra pasajera y frágil subjetividad. En efecto, en el simple proceso de recordar elevamos necesariamente el recuerdo a una distancia de nosotros mismos que convierte lo recordado en una representación (en una ficción) en la que exhibimos nuestra relación con el pasado y la forma que esos recuerdos han tomado para construir una narración, un relato del yo comprometido. Candau llama a esta forma de recuperar los recuerdos metamemoria, por su carácter representacional y porque en ella se procede a una especie de reclamo, de apropiación personal del pasado. Las ficciones autobiográficas se nutren de recuerdos porque en el proceso de su invención se articulan al acto de recordar y a la idea de una vida vivida, es decir, suponen un ejercicio de recuperación de lo vivido, un movimiento del intelecto que, reposadamente, se entrega a reconstruir el pasado, que puede ser nuestro o no, para darle una forma coherente mediante el despliegue de ciertos recursos técnicos. Por ello la ficción autiobiográfica es un espacio honesto en el que se puede constatar cómo la vida que se va representando a través de recuerdos inventados o no por el autor va pareciéndose a la vida que hubiéramos deseado tener, que es la verdadera vida. En suma, las ficciones autobiográficas sirven para demostrar el carácter indisoluble de realidad y ficción, en tanto en las ficciones en general apelamos a la memoria en su función inevitablemente recreativa.

Los que escriben ficciones autobiográficas lo hacen para comprenderse y comprender a los otros a través de recuerdos y en cierto modo para postular una explicación de lo sucedido a través de ese yo que recuerda. Por ello, este tipo de ficciones son una forma de vida vuelta a vivir, pero con la ventaja de que quien las escribe es el protagonista de hechos que inventa desde una memoria que se nutre de lo que ya conoce o desearía haber vivido. En las ficciones autobiográficas queda marcada la circunstancia del tiempo y del espacio que es siempre parcial, arbitraria, construida sobre la base de eventos muy concretos dispuestos para los efectos de la historia. En ese tipo de ficciones la recuperación de los recuerdos, el tratamiento del pasado y la persistente presencia del yo que busca explicarse, justificarse y comprenderse a través de los demás, van construyendo una identidad generada a partir de la conciencia de los cambios que operan en ese yo y de su continuidad en el tiempo. En las ficciones autobiográficas el autor no establece relación alguna con la verdad de lo realmente acaecido. El flujo discursivo de este tipo de ficciones se sustenta en el recuerdo vivido (el cual queda en evidencia al constituirse simplemente en una versión de los hechos) o en el recuerdo inventado, que en el fondo son lo mismo. En ese sentido, el recuerdo como tal, es decir la instalación de la mente en el pasado, es el estímulo necesario y suficiente para la recreación de los acontecimientos de una novela. Por ello en las ficciones autobiográficas la memoria de lo realmente vivido es impertinente y no es condición para su existencia. Vargas Llosa ha sido medianamente claro al describir el modo en que la memoria opera en sus ficciones autobiográficas y la relación que establece con ellas. Al referirse a novelas como La ciudad y los perros y La tía Julia y el escribidor ha dicho: “Desde luego que en ambas historias hay más invenciones, tergiversaciones y exageraciones que recuerdos y que, al escribirlas, nunca pretendí ser anecdóticamente fiel a unos hechos y personas anteriores y ajenos a la novela. En ambos casos, como en todo lo que he escrito, partí de algunas experiencias aún vivas en mi memoria y estimulantes para mi imaginación y fantaseé algo que refleja de manera muy infiel esos materiales de trabajo. No se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo”. En efecto, no se escriben ficciones para contar la vida. Es más, es imposible repetirla o ser anecdóticamente fiel a los hechos que la constituyen. La memoria ya es ficción. 

Por Jorge Valenzuela

 

Jorge Valenzuela
13 de agosto del 2014

COMENTARIOS