La memoria de los asháninkas

Sobre la decisión del gobierno regional de Junín de retirarle su apoyo al museo de la memoria.            

El Gobierno Regional de Junín ha derogado la ordenanza que protegía al Lugar de la Memoria y le daba estatus de patrimonio cultural de la región. Los argumentos invocados dicen que las víctimas no reciben reparaciones reales, que el museo fue promovido por los mismos grupos violentistas que desataron tanto daño y que el terreno transferido no está legalizado. El argumento de peso es que sólo el Ministerio de Cultura puede determinar qué es patrimonio cultural. 

Los museos de la memoria están para promover integración y reflexión libre de prejuicios, para testimoniar atrocidades que no se deben repetir. ¿Con qué derecho, quienes promueven la lucha de clases y la violencia como partera de la historia, pretenden auspiciar espacios de reconciliación y unidad? ¿Cómo creerles a intolerantes que, haciendo uso político de heridas y llantos, manosean la democracia para sus fines totalitarios? 

Organismos de derechos humanos y colectivos ciudadanos con clara ideología política se presentan como los jovencitos de la coboyada, y al Estado como el pistolero asesino, el canalla, de una “guerra popular” sin estudiantes, ni obreros ni campesinos, organizada alrededor de banderas violentas del enemigo más cruel jamás visto.

La memoria en números estadísticos es frágil en toda sociedad; de eso se aprovechan los promotores ideologizados de “memorias” para contrabandear hechos, traficar la historia y distorsionar la realidad; para mentirnos de manera cruda, para disculpar solapadamente el “pensamiento Gonzalo”, para decirles a desmemoriados y desinformados que fueron las fuerzas del orden y no los terroristas quienes ocasionaron tanto daño y dolor en la serranía. Para ellos, sin distinguir el caso aislado, la lucha antiterrorista fue despiadada y política de estado. 

El olvido es tan importante como el recuerdo. Una delicada línea separa el olvidar lo malo del recordar lo bueno para liberarnos de ataduras, de esa desgracia permanente llevada a cuestas. Y la tristeza es una atadura. El lastre del infortunio siempre vivo no contenta nunca a nadie. A eso juegan quienes construyen museos y monumentos de la memoria, a revivir penas y llantos, a reabrir heridas sanadas, a exponer lágrimas ante cámaras, manipulando la débil conciencia nacional con intenciones políticas, imponiendo una memoria que no es nuestra ni es real. 

La memoria de los asháninkas - el grupo más vulnerable de la tragedia - está allí: varones asesinados, mujeres violadas y niños secuestrados para ser carne de cañón. Sin alterar los números, los museos deben publicar día a día, hasta hoy - porque la violencia no ha terminado – el número de civiles, autoridades, policías y militares asesinados por Sendero Luminoso y el MRTA, la cantidad de viudas, huérfanos, desplazados y jóvenes que tuvieron que huir del país. Que digan a cuánto ascienden y dónde están los dineros de las extorsiones cobradas a empresarios y autoridades. Que digan quienes de los que fueron condenados  están hoy rehabilitados y quienes han vuelto a la militancia activa, organizando frentes y comités de lucha contra todo lo que sea inversión y progreso. Esa es la memoria que no necesita ni museos ni monumentos, verdad que no busca imponerse. 

La memoria es patrimonio cultural, es recuerdo vivo de costumbres y manifestaciones propias. Si la memoria es alterada y no emerge del espíritu ciudadano no puede ser patrimonio cultural por ser ilegítima.   

Por: Manuel A. Gago Medina
09 - Mar - 2015