Martin Santivañez

La mediocridad es atrevida

La mediocridad es atrevida
Martin Santivañez
20 de junio del 2014

El remedio contra los mediocres es apostar por la grandeza del Perú

En el Perú, nos hemos acostumbrado a pasar por alto la mediocridad. Pactamos con ella, convivimos con ella y nos entregamos al sopor, a la molicie, de sus efectos. La mediocridad es el elemento de nuestra clase política, y el electorado revalida una y otra vez el círculo eterno, la danza macabra de los mediocres. La política mediocre es el reflejo de una sociedad corrupta o de una ciudadanía ausente. Nos queda el consuelo de pensar que esa especie protegida que es el ciudadano peruano se abstrae en lo cotidiano, se sumerge en la rutina, y prefiere tomar la pastilla del olvido con tal de no despertar a la triste realidad de nuestra cosa pública.

Ante un panorama en el que la mediocridad ejerce su dominio, es perfectamente posible que un político tuerto reine en este país de ciudadanos ciegos. Solo así, desde la mediocridad, es comprensible la campaña reeleccionista que ha montado la inefable alcaldesa Villarán. La mediocridad es la clave para desentrañar el discurso y la praxis de la líder de la chalina. La alcaldesa, que es ineficiente e ineficaz, ha identificado en la oposición a la que se enfrenta una sólida conducta mediocre. Y cuando tienes enfrente a un mediocre, la opción válida es ignorarlo o aplastarlo. Ante los mediocres, todos los tuertos se atreven.

En efecto, la alcaldesa se lanza a la pelea porque su asesor, un ex trotskista que conoce las debilidades humanas, es consciente de la mediocridad de muchos de sus rivales. Un sector de la oposición a Villarán ha actuado de manera mediocre al demostrar una tibieza superlativa pasando por alto sus errores y apoyándola durante la revocatoria. Este gravísimo error solo es comprensible desde la mediocridad. La tibieza es una forma sibilina de medianía moral, que al trasladarse a la política causa un daño enorme. Además, otro sector de la oposición (éste más grande) ha actuado de forma francamente suicida y mediocre al no lograr articular una estrategia efectiva capaz de denunciar la mediocridad de la chalina, una incapacidad congénita producto de una ideología anclada en el igualitarismo ramplón. La mudez, el silencio, cuando es permanente, es un signo de mediocridad, no de prudencia. Hay una gran diferencia entre un buey mudo y un candidato que tiene poco que decir. Si aspiras a triunfar se impone, por tanto, hablar, comunicar, convocar y liderar. Para todo eso, hace falta la palabra.

La mediocridad, al ser un producto de la ausencia de virtud (virtus), debe ser combatida y vencida siguiendo las reglas de la democracia. Para que la mediocridad muerda el polvo, hemos de elegir políticos capaces, los más capaces de entre todos, los que tengan la más alta consciencia de su deber patriótico y moral (qui in virtute intelectiva excedunt). Y si no están allí para nosotros, entonces hemos de animar a los mejores a dedicarse a la política, hemos de formarlos uno a uno, creando para ellos los entornos partidistas o los centros de pensamiento en los que ha de incubarse la regeneración del país. El remedio contra la mediocridad es el compromiso de los mejores con la grandeza del Perú. Vale la pena apostar por una empresa de este calibre.

Por Martín Santivañez

Martin Santivañez
20 de junio del 2014

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