Martin Santivañez

La lógica del Estado Islámico

La lógica del Estado Islámico
Martin Santivañez
20 de noviembre del 2015

Sobre el pensamiento absolutista del EI y el empeño en hacerlo relativo

Los enemigos de la verdadera libertad, que suelen ser también los enemigos del cristianismo, parten de una premisa totalitaria: todos podemos expresar nuestras preferencias salvo aquellos que creen en una verdad absoluta. El liberalismo radical siempre se ha refugiado en este sesgo profundo que lo inhabilita para el conocimiento real de la naturaleza humana. Decía Chesterton que el cristianismo tiene la capacidad de conocer más allá de las ideologías porque se interna realmente en las profundidades del mal. El liberalismo evanescente, antes que internarse en el mal, lo relativiza hasta equipararlo con el bien.

El mundo posmoderno de nuestro tiempo comparte esta premisa errónea y maniquea. Cuando el cristianismo señala la verdad y enciende la nostalgia del absoluto, el mundo posmoderno opta por la ridiculización o la condena abierta en el ámbito social. Sin embargo, cuando otra religión sostiene dogmas absolutos, aunque estos sean falsos y demoníacos como los del islamismo radical, el relativismo liberal mediatiza los dogmas y apela al multiculturalismo. Esto, por supuesto, constituye un doble rasero, y se transforma en la gran hipocresía que caracteriza a la civilización posmoderna. En medio de esta contradicción sobre la que se construye todo un sistema político y social viciado, el Estado Islámico emerge con un objetivo claro: la defensa de su falso “absoluto” por la vía de la violencia.

La única violencia que acepta el liberalismo posmoderno con indiferencia es la violencia contra el cristianismo. Los cristianos son masacrados en todas partes y el relativismo calla en todos los idiomas. Por eso, ante la ferocidad desatada por el falso absoluto del islamismo radical, es natural que el Estado relativista se interne rápidamente en el meaculpismo. Para el liberalismo relativista (de entraña débil y principios mutables) la violencia de un falso absoluto solo puede racionalizarse como una culpa compartida. De allí que, en vez de señalar la invalidez de las premisas que defiende el islamismo radical, el relativismo liberal opta por autoflagelarse, inculpándose culturalmente. Así, prefiere hacerse el seppuku antes que denunciar la entraña maligna del falso absoluto.  

Este complejo de culpa inunda Occidente y es expandido con rapidez gracias al ethos relativista que comparten los liberales agnósticos y la progresía global. La debilidad occidental está basada en esta renuncia tácita a las raíces cristianas de una civilización que fue fundada sobre nociones claras que marcaban una línea divisoria entre la verdad y la mentira, la belleza y la fealdad, lo permanente y aquello que en esencia es temporal. Una civilización que renuncia al absoluto como centro de su existencia es incapaz de combatir a los falsos absolutos como el encarnado por el islamismo radical. Pero si toda la fuerza de una idea, incluso si esta es falsa, se concentra estratégicamente en un objetivo concreto, muchas consecuencias funestas se pueden desatar. Cuando una idea, por más falsa que sea, tiene un objetivo y desarrolla una estrategia, Occidente tiembla. Esa fue la lógica del marxismo, también la del nazismo y siempre, como en un eterno retorno de herejías políticas, ha de repetirse en todos los falsos absolutos que intentan liquidar violentamente a los pueblos que han renunciado a la verdad.  

Por: Martín Santiváñez Vivanco

Martin Santivañez
20 de noviembre del 2015

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