Jorge Valenzuela

La libertad de expresión estética

La libertad de expresión estética
Jorge Valenzuela
14 de enero del 2015

A propósito de la obra teatral La cautiva de Luis Alberto León              

Martin Jay, uno de los más importantes críticos culturales de la actualidad, sostiene que uno de los aspectos más importantes del arte es su capacidad para trasmitir ideas transgresoras y para ejecutar acciones simbólicas en absoluta libertad con el objetivo de renovar la cultura, es decir, de hacer patente la naturaleza absolutamente dialéctica de la vida. Es a través del arte que los seres humanos podemos observarnos a nosotros mismos, comprender nuestro entorno y reconocer el lugar que ocupamos en él, al margen de cualquier normativa o regulación impuesta por el poder bajo cualquiera de sus modalidades.

Por ello no es negociable el hecho de que el arte pueda ser subordinado a la política, a la moral, al dinero o a cualquier otra forma de dominación. Es decir, aquello que inspira al arte y a sus formas de manifestación siempre estará por encima de lo que se podría entender como lo permitido o lo prohibido y, más aún, por encima de quienes se arrogan el derecho de decidir qué es lo correcto y qué no lo es. Al arte no le interesa ese tipo de regulaciones. Me refiero al arte propiamente dicho.

El arte visto así, en general, es un espacio de libertad. Por ello, lo repetimos, es transgresor y quizá uno de los pocos espacios que, como institución, lucha por mantener sus fueros frente a las amenazas de quienes quisieran controlarlo sumiéndolo en el pozo sin fondo de la indignidad del manual partidario o la ideología totalitarista. Esto no equivale a decir que el arte es una isla al margen de los hombres y la sociedad y que por ello es intocable, todo lo contrario.

El reciente debate en torno a la pieza de teatro La cautiva de Luis Alberto León, bajo el supuesto de que la obra podría haber incurrido en apología del terrorismo, nos sitúa una vez en el límite al que puede exponerse el arte, en este caso dramático, cuando quienes tratan de comprenderlo y juzgarlo, desde una lógica paranoica, cometen el craso error de confundir la propaganda con el arte serio. Y allí tenemos los resultados: un informe policial de un inexperto coronel que observa una representación sin respetar el pacto ficcional que supone ingresar en la lógica de un mundo posible y un nivel de interpretación rayano en la ignorancia basado en el hecho de haber escuchado enunciados que aluden a la violencia política sacándolos del contexto de la obra. Volvemos a repetirlo, la violencia senderista y sus demenciales métodos siempre serán condenados por aquellos que creemos en el diálogo y en las escuálidas bondades de esta democracia, pero esa condena no pasa por perseguir al arte serio y bien elaborado. Ni mucho menos por perseguir a escritores o dramaturgos cuya probada calidad y crítica a los terribles métodos del terror nos sumieron en el imperio de la muerte y la destrucción.

El Ministerio de Cultura hace bien en establecer, claramente, la naturaleza ficcional de La cautiva sobre todo en un país como el nuestro en que se cometen excesos precisamente por la incapacidad, en algunos, de identificar un objeto simbólico producido por la imaginación de un escritor. También es importante  destacar el hecho de que el comunicado del ministerio anote que la obra “busca propiciar una reflexión crítica sobre la realidad nacional y los acontecimientos que determinan nuestro presente” y que “promueve un encuentro de reflexión entre artistas y espectadores, con el fin de estimular la formación de una ciudadanía cada vez más participativa y democrática”.

Hubiéramos querido un poco más de énfasis en la defensa de la integridad de los escritores y de su imaginación creadora en un país tan necesitado de ficciones, pero se respetan los modos. Esperemos que no se vuelvan a cometer este tipo de atropellos.

Por Jorge Valenzuela
14 - Ene - 2015  

Jorge Valenzuela
14 de enero del 2015

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