Manuel Gago

La ley contra las tripas

No se debe gobernar por medio del miedo

La ley contra las tripas
Manuel Gago
10 de abril del 2017

No se debe gobernar por medio del miedo

El Congreso de la República ha aprobado por unanimidad un proyecto de ley para sancionar el acaparamiento y la especulación en momento de emergencia. La iniciativa responde al comportamiento vergonzoso de unos comerciantes que se aprovecharon de los recientes momentos de crisis. Con esto, es la ley la que sanciona las angurrias y no las tripas, las que deben contener por sí solas esa naturaleza pecaminosa del hombre.

Los pensamientos e ideas cuando calan en las profundidades del alma y la mente se vuelven fortaleza, un bastión que le da sustancia a la vida del hombre. A eso le llaman principios, valores, convicciones, creencias. Con el devenir de la humanidad, todo se hace relativo. Depende de cómo se ve el objeto en cuestión, la causa de la observación o la razón de la meditación. Los tiempos cambian y, los valores que se creían inamovibles en el seno familiar y en la sociedad han sido modificados por una modernidad, por las comunicaciones que traen nuevos comportamiento que se adquieren rápidamente, cambiando el desenvolvimiento del hombre. Y las razones no son suficientes para modificar muchas creencias.

Cuando una idea se inocula, crea un paradigma en la estructura humana, imborrable hasta que otro de mayor magnitud pueda desplazarlo. Son las ideas y convicciones las que gobiernan la vida del hombre. Son las creencias las que deciden qué hacer y qué no hacer y en qué momento. Lo que para la moral del filósofo Kant sería “hacer lo que se debe hacer”.

La Biblia distingue claramente el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Antiguo está dominado por la Ley de Dios, por los imperativos que vienen de Él mismo para su pueblo. Si la Ley es violada, la condenación eterna es su consecuencia. Y la Ley no son solo los conocidos diez mandamientos de la tabla de Moisés, sino más de 600 ordenanzas que rigen la vida de los judíos. A diferencia del Antiguo Testamento, el Nuevo deja de lado la obligación de la Ley por la fe; es decir, la salvación que le promete Dios a su pueblo ya no está en función del cumplimiento escrupuloso de la Ley, sino de las tripas que albergan esa inexplicable gracia de la fe, de la creencia a ciegas.

Además, por la Ley no habría salvación, porque “no hay un justo, ni aun uno”. Mientras la Ley de Dios le dice al gentío sumiso de hebreos que la salvación es por el cumplimiento de las leyes (no matar, no robar, no desear la mujer de tu prójimo, etc.), la fe en Cristo es libre, no está sujeta a ninguna condición, ni coerción. No tiene restricciones, emana de las tripas, de las entrañas, de esas profundidades del hombre que entrega su vida al gobierno de esa idea que se le metió hasta la médula de sus huesos.

Hacemos mal queriendo gobernarnos en función de la coacción, por la imposición, por el castigo que se recibirá si se violan las ordenanzas. No hay justificación para los delitos y los pecados cometidos, como tampoco hay justificación para gobernar en función al miedo, asustando a la gente en lugar de aleccionarla primero, sin ese libre albedrío que se somete a la verdad, a la justicia y a la misericordia. Valores que ninguna ley podrá torcer si penetran en el alma de la gente.

 

Manuel Gago

Manuel Gago
10 de abril del 2017

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