Darío Enríquez

La izquierda tecnocrática empieza a creer sus propias mentiras

La izquierda tecnocrática empieza a creer sus propias mentiras
Darío Enríquez
06 de septiembre del 2017

Deshonestidad intelectual como continuidad de un viejo discurso

La izquierda tecnócrata ha aparecido en los últimos días, ensayando una vez más una estrategia de saturación en las redes sociales y medios de comunicación. Ojalá hubiese sido trayendo un mensaje de verdadera renovación y modernidad. No es así. Lo ha hecho a través de conspicuos miembros que han estado más de una vez en el poder y se les recuerda por haber tenido desempeño subestándar, cuando no realmente pésimo, en los encargos recibidos; y por succionar el trabajo de los ciudadanos en la inútil y nociva burocracia dorada estatal. Un discurso de Pedro Francke, en el que propuso una suerte de “revolución tributaria”, nos ocupa hoy. En verdad un discurso bastante pobre, desinformado, falaz y tendencioso.

Pobre. Toda economía como la peruana, que necesita crecimiento, crecimiento y más crecimiento para sentar las bases de un desarrollo sostenible, debe estimular la inversión y la productividad. Lo que Francke propone, desde un nada desapercibido teleprompter que lee con diligencia frente a una cámara ciberflaútica, es el incremento de impuestos. Lo suyo es ignorar la dinámica económica y que el mundo se mueve por incentivos. El alcance de la propuesta de Francke es pobre porque su confiscatoria política tributaria solo logrará reproducir circuitos de desempleo, decrecimiento y miseria, con fuertes incentivos a la desinversión y la informalidad. Pobre.

Desinformado. Francke propone una suerte de socialismo “tributario”: no expropia empresas sino que toma indebidamente utilidades legítimas de privados, vía impuestos confiscatorios. Nos recuerda todo lo que han sido capaces de realizar desde el Estado países emblemáticos en el socialismo tributario, como los nórdicos. No se da por enterado de que esos países están de regreso. Tanto Suecia como Dinamarca, por ejemplo, reducen drásticamente tanto sus tasas impositivas como la enorme variedad de impuestos que estaban asfixiando su economía y echando al piso la productividad y el nivel de servicios. La privatización de la gestión de la educación y la salud estatales, así como la apertura a que los privados participen plenamente en estos sectores, es lo que distingue hoy a los que hace unos años eran emblema y guía de un falsamente exitoso “socialismo”. Noruega ya acusa el fin del boom petrolero y debe reordenar la casa. Finlandia tiene problemas de crecimiento: en la última década su PBI ha caído 6%, leve pero sostenido y peligroso decrecimiento año tras año. Islandia, luego de enfrentar la dura crisis financiera del 2009, ha establecido un modelo en el que la iniciativa privada, la innovación y la productividad, en especial en el sector turismo, han tenido un rol central. Todos están de regreso del socialismo “tributario”, estimulando las iniciativas privadas. Desinformado.

Falaz. Habla del impuesto general a las ventas (IGV) y las “enormes” cantidades no pagadas por empresas y actividades que gozan de exoneraciones durante el 2016. Francke no tiene en cuenta que una empresa alcanza niveles de actividad mucho mayores cuando tiene una exoneración tributaria. Sin esa exoneración no habría llegado a esos niveles e incluso, en algunos casos, podría ser causal de reducirla a cero. Por lo tanto pretender que se “deje de cobrar” IGV calculado sobre un nivel de ventas, que no sería tal sin la exoneración tratada, es absolutamente falaz y Francke lo sabe. Pero no le importa la verdad, sino mantener un discurso “atractivo”. Vende humo. Falaz.

Finalmente tendencioso, porque la caída de ingresos tributarios en los últimos 24 meses y más se debe fundamentalmente a la desaceleración de nuestra economía, casi al borde de la recesión por la reducción de la actividad minera. El pésimo manejo de conflictos sociales, asociados a ella durante el desgobierno de Ollanta Humala y Nadine Heredia, además de la grave crisis de corrupción del foro socialista de Sao Paulo y su brazo financiero Odebrecht, OAS y cía. Lo peor que podemos hacer es enfrentar esa desaceleración con más impuestos, porque eso sería desalentar la inversión, la productividad y el crecimiento. Tendencioso.

Todo esto la izquierda tecnócrata lo sabe perfectamente. Pero su deshonestidad intelectual se impone como continuidad de su viejo discurso de odio, represión y violencia estatal. Alienta, propicia y agita un retorcido cambio de modelo en el que puedan lograr cuotas de poder cada vez mayores. Una vez alcanzado el poder, aplicarían verticalmente “para nuestro bien” su pensamiento mágico, una suerte de fiat lux divino encarnado en ellos. Aunque su conocida e infame historia —sin excepción alguna— esté plagada de rotundos fracasos, ataviados en la envoltura festiva y despreocupada de las “buenas intenciones”.

Darío Enríquez

Darío Enríquez
06 de septiembre del 2017

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