Darío Enríquez

La izquierda genocida no tiene reversa

La izquierda genocida no tiene reversa
Darío Enríquez
13 de septiembre del 2017

A propósito del posible rebrote senderista

En el contexto de un Gobierno débil para enfrentar la diversa conflictividad social que nuestro país vive, padece y sobrelleva, se abre un nuevo frente para el cual no solo el Ejecutivo, sino todos los poderes del Estado se muestran inoperantes: el posible rebrote terrorista de Sendero Luminoso. No hablamos del regreso de las acciones violentas del terrorismo genocida —aunque sea cierto que hemos lamentado muertes de valientes policías en la zona del VRAEM—, sino de un retorno encubierto en las manifestaciones de la conflictividad social y en la ola del neomarxismo cultural.

La izquierda genocida ya no propone arrasar todo para construir su sociedad comunista paradisíaca desde cero. Hoy, a diferencia de lo sucedido en los ochenta y noventa, cuando combatía incluso a sectores “populares” que no aceptaban su hegemonía, la izquierda genocida se mimetiza, tanto en organizaciones sociales, sindicales e incluso políticas formales o en proceso de formalización. Una formalización precaria, inútil y farsante de los partidos y movimientos políticos, que la izquierda genocida no rechaza como antaño, sino que utiliza a su favor.

Usamos la fórmula de “izquierda genocida” para diferenciarla de otras “izquierdas”. Sin embargo, todas siguen proponiendo el uso de las armas, el asesinato y el terrorismo como elementos de “lucha” política. Algunas han dejado de decirlo, siguiendo una estrategia de “suavizamiento” de su discurso, reemplazando la hoz, el martillo y el fusil por una amorosa roja rosa; pero nunca han llegado a condenar la imposición de su propuesta política por medio de violencia armada y agresión genocida. Esto se encuentra presente en la narrativa del tótem socialista por excelencia, invocado incluso por las hordas senderistas que transitan “por el luminoso sendero de Mariátegui”. La izquierda genocida no tiene reversa.

Los izquierdistas que acompañaron la nefasta aventura del dictador militar Juan Velasco y su golpe contra la democracia en 1968, usaron como pretexto el “semifeudalismo” del campo peruano. La narrativa izquierdista creó una realidad paralela, pretendiendo que todo el campo peruano era semifeudal antes de 1968, ignorando el desarrollo de la agroindustria en el norte, la difusión de la propiedad mediana y pequeña en Arequipa, la dinámica económica del Centro, y sabiendo que había solo problemas reales focalizados de grandes latifundios y lógicas semifeudales en el sur andino, cuya falsaria extrapolación justificó la “revolución”. De hecho, incluso en ese escenario, familias mesocráticas andinas —como los Humala en Ayacucho— eran propietarios antes de 1968, en el corazón mismo del pretendido mundo semifeudal.

Aceptemos por un momento la hipótesis negada del semifeudalismo generalizado en el campo peruano antes de 1968. ¿Por qué la solución tenía que ser un modelo socialista? ¿Por qué no se propuso una apertura a la difusión de la propiedad y el libre mercado? En 1968 claramente todo esto fue un pretexto basado en la negación de la realidad, y la creación de un mundo paralelo en el que “la revolución se justifica”. Pretextos similares echaron a andar la maquinaria genocida de Sendero Luminoso en 1980, que proclamaba que “la rebelión se justifica”. No hubo ninguna diferencia entre la narrativa y los discursos de la izquierda genocida de Sendero Luminoso y el MRTA con la de otras izquierdas en los ochenta y noventa. La diferencia es que unos tomaron las armas, desplegaron matanzas y terrorismo contra la población civil, mientras los otros nos decían que “las condiciones objetivas no están dadas”, condenando la “represión” policial y militar, y justificando los “errores” del genocidio terrorista.

Eso explica, en buena parte, por qué desde la “otra” izquierda, en las diversas políticas impulsadas en el Gobierno transitorio de Valentín Paniagua y con su ministro Diego García-Sayán. Una vez finalizado el régimen fujimorista que derrotó al terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA, se llevaron a efecto una serie de acciones que partían de una premisa oculta al gran público: habríamos sido “demasiado” drásticos con los terroristas (que la siniestra CVR trató como luchadores sociales que cometieron “eventuales” actos terroristas) y se imponía el indulto de muchos de ellos —algo más de 5,000 según se sabe hoy— y la anulación de la cadena perpetua en otros. Como en el caso de la terrorista Maritza Garrido-Lecca, no solo liberada hace unas horas, sino en proceso de lavado mediático “con Ñapancha y pulitón” (parafraseando a César Hildebrandt), llevado a efecto nada más y nada menos que por el decano de la prensa nacional, El Comercio, evidentemente bajo control del neomarxismo cultural. Una suerte de neo izquierda perfumada y maquillada. Otros dicen que tal vez solo sea “cuestión de piel, de apellidos o de amigos de la familia”. Todo eso en la peor de sus acepciones. Un poco de todo y nula dignidad.

Darío Enríquez

Darío Enríquez
13 de septiembre del 2017

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