Santiago González Díaz

La irrealidad en la inflación de derechos

La irrealidad en la inflación de derechos
Santiago González Díaz
29 de marzo del 2016

El exceso de derechos, más allá de las buenas intenciones

La abundancia de derechos es una característica común en los gobiernos populistas; y también en algunos “moderados”, convencidos de que la única participación activa del Estado es a través de la ampliación de los derechos existentes y la creación de nuevos. A ello se suma que todo político tiene siempre la tendencia a convertir en un derecho a cualquier tipo de reclamo social.

De esta manera, pequeños grupos sociales se han visto favorecidos por la ampliación de derechos, que además les ha permitió adquirir relevancia. Una de las consecuencias inesperadas de esta inflación de derechos es que las personas han comenzado a considerar a cualquier reclamo como pasible de ser reconocido como derecho ante el Estado, sin que se tenga conciencia de las obligaciones que estos derechos suponen a cada individuo.

Asumir que los derechos surgen por la propia naturaleza del ser humano nos llevaría a reducir todos los reclamos a los dos derechos fundamentales: el de la vida y, su derivado, el de propiedad. Son dos derechos a partir de los cuales el ser humano puede desarrollarse de forma independiente, sin la necesidad de una intervención estatal. El Estado de Bienestar tergiversó la verdadera concepción de la responsabilidad de las personas sobre su propia existencia, y las hizo dependientes del asistencialismo para la concreción de objetivos propios de la vida privada.

Las campañas electorales nos enfrentan, desde hace ya un buen tiempo, a las promesas vacías de los candidatos, que difícilmente pueden llegar a concretar aquellos que se venden como nuevos garantes de una sociedad más justa. La realidad es que, más allá de las “buenas intenciones”, alcanzar objetivos como la eliminación de la pobreza o brindar vivienda a todas las personas, siguen siendo tareas personales para cada individuo, que debe estar convencido de merecer un mejor estilo de vida.

Los  derechos pueden ser “ampliados” y seguramente muchos reclamos “sociales” llegarán a convertirse en obligaciones para el Estado, que deberá brindar servicios y solucionar problemas. Pero el ser humano irá perdiendo así sus responsabilidades ante su propia vida, y ya no verá la necesidad de lograr las cosas con su esfuerzo, ni siquiera de “merecerlas”.

En conclusión, la ampliación de derechos es una falacia que convierte situaciones diversas en cuestiones elementales de la existencia humana y de la propia naturaleza del hombre. Nos hace dependientes de la intervención del Estado, y a éste lo vuelve un sirviente del hombre, obligándolo a solucionar cuestiones que no le competen. Se forma así un círculo vicioso, en el que la persona se torna un ser que demanda tener todas las soluciones al alcance de la mano y sin hacer esfuerzo alguno.

Santiago González Díaz

Santiago González Díaz
29 de marzo del 2016

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