Manuel Erausquin

La hora violeta

La hora violeta
Manuel Erausquin
03 de diciembre del 2014

Conmovedora novela del escritor español Sergio del Molino         

El escritor y periodista español Sergio del Molino decidió afrontar la tragedia de la muerte de su pequeño hijo a través de la literatura. Escribió una novela que tituló La hora violeta (Mondadori, 2013). Lo hizo porque no sabía cómo seguir viviendo. Y las palabras son lo único que conoce y buscó encontrarse en ellas. La experiencia de la lectura es dura, pero a la vez está provista de la ternura y sensibilidad de un padre que se resiste a claudicar.  Esta obra, que definitivamente está marcada por un episodio real, dispone de una mirada cuestionadora a distintos aspectos de la sociedad. Sobre todo aquellos donde el dolor ajeno no es respetado y se vulnera sin ningún tipo de piedad.

El personaje de Sergio, que también es periodista, interpela las áreas grises de su profesión a partir de su propia labor cuando se le comisiona buscar testimonios de familiares de las víctimas del atentado del 11 de marzo del 2004. Una tarea en la que los dilemas humanos surgen y se quieren pronunciar. Sin embargo, la exigencia de los medios con sus periodistas por conseguir las mejores historias acallan esos gritos de decencia.

Sergio solo consigue el testimonio de una familia, padres de un joven que vio desaparecido su futuro por una maldita bomba.

Esas personas hallaron  las fuerzas necesarias para hablar y contar quién era su hijo. Otros no quisieron y era entendible. Pero ellos decidieron hacerlo porque creían que era importante. Ahora, por qué pensaban así: “Porque otros no pueden”, respondieron. Y agregan: “Porque nosotros somos más fuertes y somos capaces de hablar, y este dolor se tiene que saber”.

Sin embargo, pasa el tiempo y se conmemora otro aniversario del 11 de marzo y los lúcidos jefes de Sergio proponen nuevamente conversar con las familias afectadas y que confronten nuevamente un dolor que no tiene arreglo. El personaje principal de esta novela reniega e incluso cuestiona la decisión editorial de sus jefes. Lo hace esperando que la razón y la sensibilidad se impongan. Pero fue inútil, y tuvo que volver a acercarse a varias familias para tratar de conseguir una entrevista. La respuesta fue negativa. Nadie quiso hablar con él. Una respuesta que tenía avizorada desde antes de marcar los números telefónicos. Igual no importó, estaba obligado por sus editores a obtener una historia.

Por eso se animó  a llamar a la familia que le había concedido la entrevista la primera vez, realmente fue la única que se decidió a salir a la luz y hablar. Volvieron a aceptar y él se sorprendió. Ellos le confesaron que no querían brindar entrevistas, que varios diarios los habían contactado y ellos expresaron su negativa. Pero con él harían una excepción, la crónica que escribió reflejó el auténtico sentir de estos padres.

Pero igual, Sergio invita a pensar a pesar de la aceptación. El tenía muy en claro sus emociones: “He visto el retrato de su hijo en el salón, no impreso en el periódico, como vosotros. Y he escuchado sus palabras de su propia voz, no edulcoradas y tamizadas por mi prosa, como vosotros. Yo les he mirado a los ojos, les he visto llorar, me han llevado al sitio donde besaron a su hijo por última vez. Para mí no es un reportaje de domingo a doble página con titular a cinco columnas”. Suficiente para pensar un largo tiempo.

  Por Manuel Eráusquin (03 - dic - 2014)
Manuel Erausquin
03 de diciembre del 2014

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