Guillermo Vidalón

La hilarante izquierda peruana

La hilarante izquierda peruana
Guillermo Vidalón
24 de mayo del 2017

Incapaz de convertirse en una opción de gobierno

Realmente, la Izquierda en el Perú está cada vez más divertida o paranoica. Ante la publicación, hace una semana, del artículo “La izquierda peruana y Venezuela”, en el que se señala su incapacidad para convertirse en una opción de gobierno y el riesgo que representa que un conglomerado variopinto tome las riendas del país, la respuesta ha sido graciosísima. En resumen, los izquierdistas en resumen han manifestado que nunca fueron gobierno, y que la responsabilidad de todo lo sucedido en el país es de la derecha. Si siguen pensando así, seguirán eludiendo su propia responsabilidad, continuarán con la prepotencia y la presunción de que ellos son perfectos, que no tienen nada que cambiar. Y por eso la ciudadanía, que es mucho más sabia, los coloca en un rol marginal.

La mayor confianza que les entregó la ciudadanía de Lima fue la municipalidad provincial en dos oportunidades, una con el Dr. Alfonso Barrantes Lingán (1984-1986), de gran recordación, y la otra con Susana Villarán de la Puente (2011-2014), de triste recordación y que, según algunos informes periodísticos, también habría sido beneficiada por la estela de Odebrecht.

En lugar de analizar cuáles son los motivos por los cuales la ciudadanía no confía en ellos y siempre tienen que hacer el papel de “furgón de cola”, como manifiestan, deberían reflexionar acerca de su conducta, más allá la formulación de planteamientos que pudiesen resultar interesantes.

Manifiestan que ellos nunca fueron gobierno. Entonces cabe preguntarse, ¿por qué se auparon al dictador Juan Velasco Alvarado (1968-1975)? ¿O solo les interesó beneficiarse económicamente de su cercanía al poder? ¿Acaso no fue el mismo periodo en que la mediocridad capturó un gran segmento del magisterio nacional y creó un sindicato que bajo la excusa de la “lucha popular” empobreció a los profesores y arruinó la calidad de la educación pública?

¿Por qué respaldaron la profundización de la Reforma Agraria en lo que se denominó la Segunda Fase de Francisco Morales Bermúdez Cerruti (1975-1980)? Poco tiempo después, la misma izquierda rompió con Morales Bermúdez, convocando a un paro nacional el 14 de julio de 1977. Para apaciguar los ánimos, el general convocó a elecciones en 1978, para una Asamblea Constituyente que produjo la Carta de 1979. En dichas elecciones, el Apra, encabezada por Víctor Raúl Haya de la Torre, ocupó la primera mayoría; el PPC, con Luis Bedoya Reyes, el segundo lugar; y la Izquierda agrupada en sus múltiples facciones logró una importante votación a través del exguerrillero Hugo Blanco Galdós.

Después, la Izquierda no quiso firmar la Constitución de 1979 (que tuvo una vigencia de doce años, 1980-1992), con el antidemocrático argumento de que no recogía sus postulados. Es decir, no reconocen que son minoría y quieren imponer su propio criterio a las mayorías. Una prueba más de que la izquierda, sea cual fuere el color o el membrete con que se presente, devendrá en dictadura. Lo vemos en las reelecciones sucesivas de los Castro, los Chávez y ahora Maduro, etc.

Más adelante, ante la Constitución de 1993 (vigencia de 24 años, 1993 a la fecha), la izquierda reclamó el retorno a la Constitución de 1979, después de haberla repudiado, mancillado y denigrado. Ha reclamado su retorno una y otra vez. No obstante conocerse el favorable impacto de esta Constitución en el crecimiento económico, la reducción de la pobreza y la generación de empleo con la actual Carta Constitucional.

Los izquierdistas deberían agradecer que se les muestren sus errores para corregir sus paradigmas y convertirse en una opción moderna y responsable. Proponer, por ejemplo, cómo hacer un uso más eficiente de los recursos del Estado para mejorar la calidad de la educación y la salud pública. No se trata de decir hay que aumentar los impuestos para que se sigan produciendo las mismas ineficiencias y, por consiguiente, inequidades.

Nadie quiere que la Izquierda continúe siendo mediocre. Un Estado moderno requiere alternancias en el ejercicio del poder para que cada opción política —de derecha o izquierda— se convierta en un desafío de superación respecto de la otra. Pero nadie entrega su voto a aquellos en los que menos confía.

Guillermo Vidalón del Pino

Guillermo Vidalón
24 de mayo del 2017

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