Dante Bobadilla

La ética progresista

La ética progresista
Dante Bobadilla
10 de noviembre del 2016

No sirve para construir una sociedad mejor, sino para destruir las existentes

El progresismo representa a las mayores taras de la humanidad, empezando por el sometimiento de la razón a las emociones y los sentimientos. Es por eso que sus intelectuales solo han hecho gala de una bella charlatanería versada, pero nunca han servido para edificar nada. Todo intelectual progresista es siempre un intelectual barato, enamorado de sus propias ideas o de ideas ajenas; y con un profundo desprecio por la realidad, a la que considera nefasta e indigna de ser tomada en cuenta. Marx solía decir que no importaba tanto hablar de la realidad sino transformarla. Por eso mismo prefieren refugiarse en la realidad virtual de su ideología y, desde allí, condenar todo lo que ven, porque todo es malo y todo lo malo es culpa de un sistema que debe ser cambiado.

Los progresistas creen que bastan las buenas intenciones para elevar sus ideas a un plano superior y justificar cualquier acción que tienda a transformar esa realidad que desprecian. De este modo, aún hoy siguen justificando cualquier forma de violencia política, incluyendo el terrorismo, en aras de un bien abstruso llamado “justicia social”. En general, todos los objetivos sociales del progresismo no pasan de ser quimeras idílicas y hasta ridículas que, a estas alturas de la historia, ya deberían estar pudriéndose en el basurero: nunca sirvieron para construir una sociedad mejor, sino solo para destruir las existentes.

Pero como los ideales progresistas son tan lindos, siempre hay ingenuos dispuestos a oírlos y seguirlos. Son como cuentos infantiles hermosos y con finales románticos, en los que toda una sociedad vive feliz en un mundo igualitario, donde no falta nada. La narrativa progresista encandila a la gente joven, inocente y poco instruida. Por eso no es raro ver a los jóvenes sirviendo como carne de cañón de la izquierda, tanto en sus marchas callejeras como, incluso, en el terrorismo. Aparentemente esto es algo que no va a cambiar; no solo por la naturaleza de los jóvenes, sino especialmente por el discurso engañabobos del progresismo. Un discurso dirigido siempre a los sentimientos y las emociones primarias, y que apela a fórmulas simples (buenos y malos), automatismos (si A entonces B) y clichés: “justicia social”, “igualdad”, etc.

El reciente incendio de Cantagallo ha sido la ocasión perfecta para que el progresismo en pleno salga a desfilar por las pasarelas, posando para exhibir su llanto desgarrado por una comunidad que idolatran. Así demostraron sus grandes dotes altruistas, exigiendo viviendas para los shipibos. Yo no tengo nada contra el altruismo, siempre y cuando cada quien practique su altruismo con su propio dinero; porque es muy fácil pasar como santones de la generosidad usando dinero público. Todo progresista se siente muy cómodo posando como generoso mientras exige que el Estado asuma los costos de su caridad. Jean Paul Sartre decía que la caridad es una dulce mezcla de arrogancia y desprecio. Habría que meditar en eso. Pero desde mi punto de vista, no hay nada digno en posar como generosos exigiendo que otros asuman el costo de esa generosidad. Y ya sabemos de sobra cómo termina la generosidad socialista.

La ética progresista tiene su correlato en la prensa, pues las diosas del periodismo no se cansan de cacarear su nobleza y sensibilidad social. Es inútil confrontarlas con ideas porque se corre el riesgo de ser maltratado como troll y finalmente bloqueado por impertinente. El progresismo impone su verdad desde una torre inaccesible para cualquier fundamento racional. El pensamiento único y políticamente correcto progresista se dispara con ráfagas de palabrería cursi: “desplazados”, “vulnerables”, “excluidos”, etc. No te interpongas en su camino o serás atropellado sin piedad y quemado en la hoguera, como un facho insensible. La ética progresista no admite disidentes. Ellos tienen el micrófono en la boca y su patente de corso.

Por si faltara algo, el progresismo es dueño de la argolla más amplia de la sociedad. No se necesita tener títulos o conocimiento alguno para ejercer en un medio, basta ser parte del establishment progre-caviar. Por eso vemos a tanto sobrinito, ahijado, hijito de papá, brother y alguno que otro tonto útil de pensamiento adoctrinado, que sin saber leer o escribir acaba con una columna, un programa propio o siendo invitado permanente en la TV. Es lo que hay.

 

Dante Bobadilla

 
Dante Bobadilla
10 de noviembre del 2016

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