La esperanza y la fe se agotan

El Estado es solo un edificio que luce escudo, bandera y autoridad

Siglos de traiciones han configurado una sociedad de frustraciones y desencantos, abandonada a su suerte y sin ruta ni destino. La presencia del Estado sigue siendo un edificio que luce escudo, bandera y autoridad, pero que no atiende las necesidades de la población. Tanto daño, de tantos años y de tantos discursos clasistas dividiendo, atizando odios y venganzas. Diplomas escolares diferenciando a quienes creen saber y quienes no. Uniformes anunciando de antemano quién será el dominante y quién el dominado. Doctores y magísteres de última generación ninguneando al bodeguero y artesano creyendo que saben más. Diplomas que determinan ahora la clase de persona que pueden ser.

Racismo en los estratos bajos de la sociedad. “Cholo” y “serrano” en sus bocas, como afrentas mayores. Emergentes negándose a sí mismos, sin asumir con dignidad su choledad y fealdad, su provincianismo y barriada, sus carencias y sus debilidades. Auto, etiqueta falsa y gourmet no hacen la diferencia. “El mono aunque se vista de seda”. No es racial, es cultural. Justicia sometida a normas y procedimientos sin ocuparse de la verdad. Todo diseñado para fraccionar un Perú que llegará al Bicentenario sin logros de satisfacción ni orgullo, sin bases sólidas de esa sociedad ideal que seguirá siendo ideal, escapándose de las manos cada cinco años, en cada elección.

Retirar del Himno Nacional alguna estrofa vergonzante no es suficiente. Es nada, como tantas leyes y tantas cosas por acá. Buenas intenciones. Versos disipados por una brisa tenue. El “Largo tiempo el peruano oprimido...” tan de ahora, tan de una clase política mordiéndose por cuotas de poder, mandatos y privilegios. ¡Cómo gusta ostentar poder! Chofer y guardaespaldas a disposición. “Doctor” en boca de interlocutores para hinchar pechos descorazonados. Oprimidos por un lumpen de camisas blancas que se roban presupuestos e ilusiones con el aplauso de sus mismos electores. “La ominosa cadena arrastró...” hoy, como en la colonia y más atrás. Atados a esclavitudes peores. Ignorancia, la mayor de ellas.

Del alcoholismo no se habla, por ser la esencia de felicidades falsas, festejadas sin cuidados, porque no hay festividad apoteósica sin montañas de licores. No hay semana sin festividad y festividad sin Pensión 65 pagando el aguardiente que el abuelito convida a sus nietos. “Condenado a una cruel servidumbre...” sin seguro médico ni fondo previsional, sin oportunidades ni legalidad, sin sueldo en el día y la hora pactados, cobrando a cuentagotas, maltratados verbalmente, trabajando más de ocho horas, domingos y feriados, con DNI que el patrón incauta, sin vacaciones, inventando tragedias familiares por un día de descanso o urgencia. “Largo tiempo en silencio gimió...” y gime hasta que un medio dé cabida al reclamo.

Ni comida, ni Machu Picchu, ni líneas de Nazca son suficientes para agregarle más valor. Insatisfacción sinónimo de ambición. Sin ambición nos quedamos con los apus y ofrendas a la madre tierra; en un pasado que si fue glorioso, alguien apagó sus luces. Y otro alguien se encargó de relatos falsos, de mitos, leyendas y hasta mentiras groseras penetrando con tal facilidad. El doctor Rodolfo Cerrón Palomino apagando los inciensos que purifican la famosa trilogía moral incaica (no mentir, no robar, no ser ocioso) y reciente bandera del Tahuantinsuyo, que el orgullo gay se encargó de hacer popular.

Cumplo 58 años y me vuelvo viejo, con esperanzas y fe casi agotadas, sin cambios que debamos saludar.  

Manuel Gago