Jorge Nieto Montesinos

La cosa nuestra

La cosa nuestra
Jorge Nieto Montesinos
03 de mayo del 2014

Sobre la mediocridad y falta de escrúpulos en la política

Ancash nos recuerda que es cosa normal en la política la abundancia de hombres y mujeres mediocres y sin escrúpulos. Aquí y en cualquier parte. Gente sin mérito mayor escala las posiciones más altas. Como la virtud por excelencia es la ambición, quien más la tiene, mas lejos llega. Y las instituciones viven de ello. Están hechas para recibir, soportar y sobre todo encauzar energía tan potente.

Es conocida la medianía de Bush hijo. La escena del presidente del estado más poderoso de la tierra procesando estupefacto ante un salón de párvulos la noticia del ataque militar del 11 de septiembre es contundente. Pero mientras él no sabia que hacer, la maquinaria institucional ya estaba funcionando. Ronald Reagan, para seguir con ejemplos de la política norteamericana, muerto de aburrimiento cabeceaba hasta dormirse en la sesiones del Consejo de Seguridad. La simplicidad de su pensamiento, uno donde solo cabían polaridades –bien y mal, blanco y negro-, coincidió con el fin de la pugna binaria entre el este y el oeste. Sin ella la guerra fría habría seguido quien sabe cuanto tiempo más. Pero ese plus suyo pudo ser histórico solo porque actuó sobre complejidades que las instituciones ya habían procesado.

Todo es distinto cuando las instituciones del estado no existen, están por hacer o están malhechas. Allí, la ambición de los políticos no tiene nada que la limite. Se muestra en todo su esplendor. Es un espectáculo al que asistiríamos risueños, si su medianía, su estulticia o su perfidia solo hablaran de su alma. Pero, aunque incomode pensarlo, habla también de la nuestra.

Esto viene a cuento porque en días pasados –ahora ya muy pasados gracias al repentino descubrimiento del horror… ¡en Ancash!-, el dos veces presidente de la República, en el principal diario del país, recordó la acusación de participar en el crimen organizado contra el actual Presidente del Perú, que eso es hacer de guachimán carretero para el aterrizaje y despegue de avionetas cocaineras. En la misma entrevista, enuncia, medio denuncia, medio amenaza e insinúa arreglo. Como los buenos.

Y cuando uno hubiera esperado que algo pasase, acaso recordando la fiereza con que Valentín Paniagua defendió su honor la misma noche en que se quiso dar vida a la calumnia, todo ha sido silencio. Calculado silencio. Solo el líder del congreso devolvió, cansino, que el declarante buscaba esconder sus propias migas con el narcotráfico.

Mientras, en el sigilo de alguna fiscalía el otro ex presidente democrático aun en libertad trata de arreglar una acusación de lavado de dinero. Y en la cárcel, por delitos que incluyen los de peculado, cuya culpabilidad aceptó, él dos veces y un poquito más ex presidente pugna por la impunidad.

La facilidad con que eso que son eso exceso llamamos instituciones, encajan como normales cosas tan graves, y las maneras como los líderes los procesan –chantajes públicos, mentiras engoladas, simulaciones degradantes, silencios culposos, intercambio de impunidades, bombas psicosociales, repartijas parlamentarias, sicariato político-, son síntomas de una moral mafiosa dominante en nuestra vida pública. Y eso es tan ominoso que preferimos ignorarlo. Solo cuando la protesta social aprieta, llegamos hasta a mirar la paja en el ojo ajeno, por ejemplo, el de Ancash... ¿Y nuestras vigas?

Por Jorge Nieto

Jorge Nieto Montesinos
03 de mayo del 2014

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