Octavio Vinces

La coartada perfecta

La coartada perfecta
Octavio Vinces
12 de noviembre del 2014

Acerca de Manuel Burga y del inmneso poder fáctico de la FIFA

A veces pienso que si la tecnología pudiese ser empleada dentro del fútbol para aclarar situaciones polémicas y procurar que los resultados de las competiciones se ajusten a la verdad —algo totalmente razonable por lo demás, y que de hecho ya sucede en otros deportes—, probablemente el terremoto que semejante cambio supondría terminaría por minar los mismos cimientos de esa estructura autárquica e inexpugnable que es la FIFA. Tal vez esté actuando como un oráculo desmedido, pero si esa posibilidad ha sido siempre descartada bien puede ser porque el fútbol necesita de la injusticia, tanto como sus jerarcas del engaño y la inimputabilidad.

Las federaciones de fútbol no se someten a las cortes o tribunales ordinarios, porque eso supondría la expulsión de sus países de las competiciones internacionales. La FIFA no se anda con remilgos ni con sutilezas. Por el contrario, no tiene miedo alguno de exponer y ejercer el enorme poder que posee. Aparentemente no existe mejor negocio para una mafia organizada que el del espectáculo. El fútbol es el deporte rey, el irresistible entretenimiento de las masas, y tocarlo significaría un costo demasiado alto para cualquier autoridad política.

¿Significa esto que el nivel del fútbol, en general, mejoraría si su organización estuviese orientada por los principios de justicia y transparencia? Una pregunta de este tipo puede sonarnos inexcusablemente ingenua. El fútbol no sería fútbol sin Pelé revolcándose de dolor ante la permisividad de los árbitros, luego de haber sido masacrado a placer por jugadores húngaros y portugueses sobre la cancha de Goodison Park, en Liverpool, durante el Mundial de Inglaterra 1966; el mismo certamen en el que el equipo local logró el campeonato gracias a un gol fantasma. Tampoco habría sido el mismo sin la bestial entrada de Andoni Goikoetxea sobre Diego Maradona en el césped del Camp Nou, o sin la mano de Dios con la que el propio Maradona anotó un tanto decisivo ante los ingleses durante el Mundial de México 1986. Pero el fútbol tampoco sería igual sin los cárteles que gobiernan el mercado de los traspasos de jugadores. Ni tampoco lo sería sin los larguísimos mandatos de Havelange y Blatter, ni la ley del silencio que se aplica en torno a ellos. El fútbol es un deporte popular como ningún otro; un fenómeno que reúne a maleantes con señoritos; un espectáculo donde lo patibulario no sólo adquiere carta de ciudadanía, sino que además logra reconocimiento y premiación.

Hay que entender en este contexto las palabras del presidente de la Federación Peruana de Fútbol, Manuel Burga, cuando afirmó que se retiraría del fútbol peruano sólo si los congresistas aprobasen una ley que prohibiese sus propias reelecciones. El presidente de la FPF, acaso de manera inconsciente, estaba haciendo una poderosa advertencia al enfatizar una frontera ya delimitada e invocar la vigencia de una especie de principio de no interferencia: «No te inmiscuyas en mi territorio, viejito, si no quieres que yo me inmiscuya en el tuyo».

Visto el desarrollo de los hechos a la fecha, todo pareciera indicar que la advertencia ha surtido plenos efectos.

Por Octavio Vinces
(12 - nov - 2014)

Octavio Vinces
12 de noviembre del 2014

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