Octavio Vinces

La civilización de la deslealtad

La civilización de la deslealtad
Octavio Vinces
18 de junio del 2015

La deslealtad es siempre una posibilidad latente, aunque sea remota.

Debo confesar a mis lectores —que ya son algunos en el Perú, gracias a la generosidad de este y otro medio— que he trabajado como abogado en dos países y que sigo haciéndolo en Lima desde que regresé, hace ya diez años. No son pocos los colegas escritores o columnistas que, habiéndome conocido únicamente a través de lo que escribo y he tenido el atrevimiento de publicar, han manifestado su sorpresa al enterarse de la profesión que opté por estudiar y ejercer. Quiero creer que tales reacciones comportan una amabilidad que siempre agradezco, aunque también puedan implicar alguna injusticia contra un oficio que, más allá de algunos prejuicios al uso, brinda enormes posibilidades para conocer eso que algunos han tenido a bien llamar la «naturaleza humana».

Viene a cuento esta especie de introito confesional, mientras aún resuenan en los oídos de los parroquianos —y sobre todo de las parroquianas— las palabras con las que un lacrimoso Mario Vargas Llosa expresaba su más profunda devoción hacia su esposa Patricia, como parte de su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura de 2010. Tal vez hayan sido esos minutos los más memorables de ese capítulo estelar de la historia de las letras peruanas. O tal vez ya no vayan a serlo. En todo caso, ¿era aquel el mismo hombre que hoy aparece en la carátula de la frívola y emblemática «¡Hola!» junto a nada menos que Isabel Preysler, la viuda más apetecida de España? ¿Era aquél el que hoy carece de reparos para confirmar su separación marital, horas después de que doña Patricia expresara su sorpresa y consternación por tal publicación? Sí que lo era. Y sí que lo es. Y pensar que no parecía haber mujer que no sintiera algo de envidia por «la prima de naricita respingada y carácter indomable». Más aún, a raíz de aquel memorable discurso tal vez no exista en el Perú mujer que no haya pensado alguna vez en Vargas Llosa como el ejemplo del hombre que jamás tendrá (porque al de ella nunca le darán el Nobel para poder dedicarle el discurso, entre otras cosas). Y si por ventura existiese, su marido debería sentirse afortunado y seguro de su amor. Aunque tal vez no del todo.

A lo largo de la vida uno puede ver personas supremamente identificadas con la empresa para la que trabajan —seres que se comportan como hooligans corporativos, dispuestos a jugarse la piel por la marca que representan y a romperle la madre a las de la competencia—, que terminan siendo presas del resentimiento y el desconcierto cuando sus empleadores toman la decisión de prescindir de sus servicios. También socios jurándose fidelidad y compromiso durante las épocas de las vacas gordas, que no dudan en clavar la puñalada en la espalda del otro cuando la necesidad aprieta. Incluso franquiciados que son la avanzada territorial de empresas que los hacen ricos y a las que no dudan en abandonar cuando la competencia toca la puerta prometiendo mayores ganancias. En todas estas pequeñas historias hay esperanzas rotas, confianzas traicionadas. Suelen contener, cada una a su propia manera, más de un drama personal.

Hace muchos años más de los que quisiera, un viejo abogado me reveló que, contrariamente a lo que suele decirse, los verdaderos caballeros hacen negocios por escrito. Algo que también aprendí por esos años es que al pactarse un contrato debe tenerse presente que en el futuro podría surgir una desavenencia entre las partes, a pesar de que usualmente estos son redactados cuando todo es armonía y confianza mutua. Cuánta sabiduría implícita hay en estas lecciones que parecen arrancadas de un simple manual de uso. La deslealtad es siempre una posibilidad latente, aunque sea remota, porque es una de las consecuencias del ejercicio de la libertad. Una consecuencia usualmente no deseada ni prevista. Se rompen los contratos más blindados, se violan los pactos de caballeros, se acaban los matrimonios más estables. Que luego digan que no somos útiles los abogados.

Por Octavio Vinces (@ovinces)

18 – Jun – 2015

Octavio Vinces
18 de junio del 2015

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