Arturo Valverde

La bomba

La bomba
Arturo Valverde
20 de octubre del 2016

Sobre la solidaridad y el heroísmo de los bomberos

La noche de la bomba, Rafael corrió en auxilio de un hombre que volaba por los aires ante nuestra mirada, luego que fuera impactado por un auto que pasaba raudo y sin importarle un pito que la luz del semáforo estaba en rojo. De pronto había un cuerpo estampado en el cruce del jirón Quilca con la avenida Wilson, a unas calles del bar Queirolo.

Sin percatarnos, Rafael ya había cruzado la pista mientras nosotros aún juntábamos todas nuestras monedas para pagarle al taxista por la carrera. Nuestro joven amigo y bombero voluntario, había atravesado el grupo de personas que rodeaban al atropellado que yacía adolorido y ensangrentado. Rápidamente, le tomó el pulso y examinó el cuerpo del malherido que no paraba de llorar y quejarse, mientras él le hablaba y trataba de calmarlo. Al notar nuestra presencia, Rafael nos dijo: “¡Vayan ustedes si desean! ¡Yo me quedo hasta que llegue la ambulancia!”.

No pasó mucho tiempo para ver a la ambulancia llegar hasta la escena del accidente, donde ahora se había reunido un mayor número de curiosos que miraban el cuerpo del hombre que, tendido en la camilla, de alguna forma parecía agradecerle a Rafael por haberlo ayudado. “Disculpen, pero tenía que ayudarlo. Para eso nos preparamos. Está en mí”, nos dijo, con el polo y las manos manchadas de sangre. “Bueno, chicos, ¿aún quieren meterse una bomba?”.

No pudimos. Pasamos la noche mirándonos las caras. Sentimos que había pasado un relámpago. El cuerpo del hombre volando por el aire, Rafael corriendo en su auxilio y nosotros, de pronto, sentados en un bar sin ánimos de beber ni una sola gota de licor porque no podíamos quitarnos de encima la imagen de nuestro héroe, que nos había dado una gran lección de solidaridad. Y apenas era un niño a nuestro lado.

Como vivíamos cerca, Rafael nos había dado a cada uno de nosotros su nuevo número de teléfono y de la estación en donde se desempeñaba como voluntario, en caso de que surgiera alguna emergencia. Recuerdo cuando lo veíamos caminar desde la esquina, con un polo corto tanto en verano como en invierno, mostrando los vellos que cubrían sus brazos y su rostro peludo (cierta vez un amigo lampiño le ofreció un dólar por cada uno de sus vellos para hacerse un bigote al estilo de Freddy Mercury). Pero lo que más nos cautivaba era el olor a ceniza que se había convertido en su loción personal. Siempre olía a quemado.

Había abandonado la carrera de Literatura en la Universidad San Marcos, y las clases de gastronomía en un instituto, para convertirse en un bombero voluntario. Y nosotros estamos orgullosos de él. Rafael cumplirá 29 años en febrero y no puedo dejar de pensar en la imagen de todos aquellos que como él, siempre están dispuestos a sacrificar su vida por otros. Esta noche lo llamaré para decirle: ¿Cómo estás, hombre? ¿Cuándo nos vemos? ¿Qué dice la “bomba”?

 

Arturo Valverde

 
Arturo Valverde
20 de octubre del 2016

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