María Cecilia Villegas

Keiko y Alberto

Keiko y Alberto
María Cecilia Villegas
15 de octubre del 2015

Sobre el viejo fujimorismo autoritario y el nuevo fujimorismo democrático

Desde las declaraciones de Keiko en Harvard, se viene cuestionado su supuesto cambio. Algunos creen que se estaría alejando del autoritarismo que la caracteriza a ella y a su partido, y ciertos politólogos han llegado a compararla con el Ollanta 2011, el de la hoja de ruta. Steven Levitsky sostiene que en el caso de Ollanta fue la presión de la derecha y los medios lo que aumentó el costo, una vez en el poder, de alejarse de la hoja de ruta y volver a sus raíces chavistas. Eduardo Dargent considera que dicha presión no existiría en el caso de que Keiko llegase al poder ya que ella y su partido – donde aún coexisten los hinchas de la mano dura tolerantes al abuso- contarían con el apoyo de actores poderosos –los mismos que han mantenido a Ollanta a raya-. Concluye que ello haría difícil la presión social necesaria para obligarlos a respetar la democracia y sus formas.

El análisis yerra al partir de una premisa equivocada: confundir a Keiko con Alberto y atribuirle a la hija las debilidades del padre, su desprecio por los partidos tradicionales y las formas democráticas, su pragmatismo desmedido. Y también yerra al creer –aunque hagan la salvedad de que las condiciones no están dadas – que es posible que Keiko repita los “errores”, como los llama ella, o los “delitos”, como les llaman sus opositores, de los noventa.

Cuando Alberto llegó al poder, el fujimorismo no existía, surgió de a pocos y se fue modelando alrededor de la personalidad de su líder. Dentro de aquel había gente de todas las ideologías, desde liberales hasta izquierdistas y lo que los unía era la lealtad y admiración hacia Alberto y la mística de los logros de gobierno. Cuando Alberto huyó vergonzosamente al Japón, el partido siguió en base al recuerdo de lo que fue su gobierno. Los delitos cometidos (corrupción, DDHH), no eran nuevos ni fueron una política de Estado, no comenzaron con Alberto ni terminaron cuando se fue. Pero fueron desechados y desestimados por sus seguidores, quienes los consideran daños colaterales al compararlos con los logros, acrecentados y utilizados políticamente por sus opositores.

Quince años después, es Keiko quien lidera el partido, no Alberto. Si bien es cierto que los logros de los noventa siguen siendo enarbolados por los fujimoristas, es difícil sostener que ella tenga los rasgos autoritarios de su padre. En 1999 Keiko firmó el referéndum que propuso entonces Lourdes Flores para impedir la re-reelección. En el 2000 exigió la salida de Montesinos del régimen, como lo señala Gustavo Gorriti en un artículo en El País (10/10/15), donde relata una reunión ocurrida en Nueva York, a mediados del 2000, entre Madeleine Albright y Alberto Fujimori, en la que participó Keiko.

Se equivocan además, porque creyendo que un probable régimen de Keiko se desborde al buscar controlar las protestas y las conspiraciones contra el progreso (Dargent) en favor de los “poderes fácticos”; no entienden que ella busca darle voz a esas poblaciones. Porque si en algo coinciden Keiko y Alberto, es en la visión que tienen del Perú, de la reducción de la pobreza y de la mejora de la calidad de vida de los peruanos pobres. Nos guste o no. Y es eso lo que las izquierdas peruanas no soportan.

Si de institucionalidad y desarrollo se trata, lograríamos más evaluando sus debilidades y fortalezas, y cuestionando sus ideas y propuestas, en lugar de las de su padre.

 

Por: María Cecilia Villegas

 

María Cecilia Villegas
15 de octubre del 2015

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