Jorge Valenzuela

Julius siempre vivo

Julius siempre vivo
Jorge Valenzuela
24 de septiembre del 2014

Recuerdo de una de las novelas más importantes de la literatura peruana

Albert Bensoussan declaró, algunos años después de la publicación de Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echeniqiue, que la  lectura de la novela fue para él una revelación. Apelaba, sin duda, a una razón fundamental: el carácter singular de su naturaleza textual. La novela del peruano se alejaba drásticamente, según el traductor francés, de los seudo-García Márquez con toda el aura mítico-legendaria  y de las orquestaciones elaboradas a partir de rupturas sintácticas geniales tipo Vargas Llosa.

En efecto, hacia fines de los sesenta, cuando el boom ejercía su poderoso dominio entre los novelistas del continente, encontrar un camino propio suponía un esfuerzo de originalidad nada fácil si nos atenemos a la variedad de propuestas que brotaron en esa hermosa y polémica eclosión literaria.

Formalmente la novela explotaba un camino abierto ya por Julio Cortázar en Rayuela, según Julio Ortega, es decir “el coloquio narrativo, en la intimidad hablada con el lector”. Por ello, la fluidez de su prosa marcadamente oral contrastaba en ese momento, por lo menos en el Perú, con la solemnidad y las rigurosas elaboraciones formales de Vargas Llosa o con la prosa clásica de un Ribeyro cuyos universos, por lo demás, ya habían sido en gran medida explorados por sus autores. Representaba, en verdad, una nueva forma de escribir novelas, cuya agitada respiración traía también un ámbito casi virgen en la narrativa peruana: el mundo de la  agónica oligarquía y el de la alta burguesía peruanas.

En términos generacionales, Un  mundo para Julius, se alejaba, también, de las grandes visiones integradoras de la novelística del boom y apostaba, desde un remozado realismo, por la exploración de un universo cotidiano y ciertamente familiar en el que era posible reducir el enfoque y  las pretensiones abarcadoras de la novelística anterior y , sobre todo, renunciar a la ya envejecida creencia de que la novela podía ser el espacio ideal para dar  respuesta a solemnes y decisivas preguntas concernientes a la “identidad latinoamericana”.

Un mundo para Julius, es más una novela de personajes e individualidades que de colectivos o entes plurales. No es una novela que plantee enfrentamientos clasistas de una manera abierta aunque  se ocupe de enfocar la conflictividad social desde los estratos altos de la sociedad. Es, ciertamente, una novela en la que el horizonte social comprometido está situado en primer plano, pero eso no la convierte en una novela de tesis o en un instrumento ideológico cuya utilidad pueda ser aprovechada por alguien, sin asumir el alto riesgo de convertirla  en lo que no es.

Hay muchos valores comprometidos  en la novela, pero quizá el más importante sea el que esté vinculado a la forma en que es mostrada, desde la afectividad aprendida de la servidumbre, la resistencia de un niño a ser asimilado por las dinámicas de intercambio de una clase social racista e injusta. En realidad, este valor debe considerarse como uno de los elementos centrales de la novela pues en ella se implementa un filtro crítico que sirve para resistir a los códigos de dominación ideológica que la realidad  pone en juego para  absorber a sus personajes y alienarlos. Eso es lo más importante y en esa dirección la novela de Bryce, más viva que nunca, se inscribe en la tradición de la novela que se nutre de la conflictividad social en  la que al individuo le toca asumir un papel de primer orden.

Por Jorge Valenzuela

(24 Set 2014)

Jorge Valenzuela
24 de septiembre del 2014

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