Hugo Neira

¿Interpelación? El enigma Saavedra

¿Interpelación? El enigma Saavedra
Hugo Neira
12 de diciembre del 2016

¿Qué es lo que está en juego con el funcionario Saavedra?

¿Tan importante es el ministro Saavedra? ¿Al punto que en Palacio son capaces de correr el riesgo, con el pedido de confianza, de una desestabilización entre el Ejecutivo y el Legislativo? ¿Al punto que la oposición a la oposición —no hay otra manera de describir al actual gobierno— se las juegue todas por completo?

En esta columna, lo que pienso y doy a conocer con toda libertad se dirige al ciudadano. No tengo otro propósito. Como diría Octavio Paz, «no aspiro ni al sillón del Príncipe ni al púlpito del Obispo». Y ante el tema de la educación no me queda más remedio que abordarlo desde mi experiencia personal. Y no porque quiera ser ministro o algo por el estilo. Así estamos, todo hay que decirlo.

Fui profesor francés, dada la meritocracia que practican en Europa, al ganar ese estatus por concurso público, y he vuelto en el 2003. Al retorno al país de mis padres, no me han faltado cátedras y para mis libros sucesivas ediciones. Pero algo me desvela. En los últimos trece años y ocho meses, siempre me han dicho amigos, alumnos y colegas que los colegios de secundaria de los años cincuenta a los ochenta eran excelentes. Entonces, ¿por qué abandonaron a las Grandes Unidades Escolares? Ese enigma pudre el conjunto de la vida peruana.

No siempre fue así. El Perú de mi infancia era más pobre pero más culto. Yo nací en Abancay y crecí en Lince, un barrio popular, anterior a las barriadas. De la miseria me salvan mis abuelas provincianas y de la incultura la primaria que fue en el 429 de Lince, con maestras normalistas, y secundaria en el Melitón Carvajal, con profesores de geografía, historia del Perú, universal, matemáticas, química y física. Y educación cívica. Teníamos profesor de gimnasia y de música, y de religión, un cura. Incluso clases de teatro y de esgrima. Hoy no existe esa educación (estatal) que yo recibí. Hoy, a mi retorno, observo el abismo entre los felices escolares en colegios de paga y los desdichados que van a escuelas de gratuidad, entre ricos con cultura y unos estratos sociales que se creen clase media. Hemos fabricado, desde la mala escuela, una capa social emergente pero de pobres con plata. Ni cuenta se dan de lo que les han quitado. La cognición. El conocimiento. El poder de pensar.

El tema es clasista. Mientras el mercado iguala, la escuela separa. Se ha reinventado una nueva clase de dominados. No tienen capital simbólico. El inculto de escuela estatal es el neoindio del siglo XXI.

Pasemos, pues, de la educación al muy siniestro poder criollo. Sobre lo primero, un amigo que ya no es de este mundo, José Rivero, decía que «el acceso generalizado a la educación básica es el signo de la democratización». Me temo que tendremos que esperar tiempos mejores. Va a continuar el actual diseño curricular que, hablando claro, es un Ersatz, es decir, una sustitución mediocre. Bajo Toledo comenzó el gran asalto al Ministerio de Educación. Y no por los ministros —Antonio Chang y Lynch pusieron el pecho— sino desde los viceministros, gamonales de la empleocracia. No fue el Sutep ni Patria Roja, esa es otra historia, de ella ya se ha ocupado Nicolás Lynch (Los últimos de la clase, 2006). Aquí el meollo es una escuela llamada constructivista. A ella y al doctor Vexler le debemos las áreas y otras invenciones geniales. La prueba de su buen sentido son los resultados de PISA. Nos ganan los que tienen, en otros países, historia, humanidades, etc.

Hace poco, por mi parte, escribí un artículo crítico «Educación, cuatro catastróficos mitos» (El Comercio, 10.09.16). A la semana siguiente me dijeron, muy amablemente, que prescindían de mis colaboraciones. ¡Tocar la cartera de Saavedra marca por lo visto los límites de la libertad! Pese a ello, y prueba de que no sé guardar rencor, me destinaba a aplaudir dos gestos del ministro Saavedra. El retorno a clases mañana y tarde. Y luego, la promesa de cursos de historia y geografía para abril del 2017. Pero no puedo cerrar los ojos a que lo han interpelado no por el tema pío de la educación ni solo por «los presuntos activos de corrupción en la compra de computadoras». Asombran y aterran los enormes gastos en consultorías. ¡Y de pronto, una buena parte de los medios está alineada a favor del gobierno! Entonces, ¿qué es lo que está en juego con el funcionario Saavedra? ¿La educación básica o el poder que otorga el presupuesto de Educación, segundo en cantidad de millones de soles? ¿Otra vez se recurre a los diarios para convencer a la opinión por vías sesgadas? ¿Es eso democrático? Eso pasa cuando se llega al sillón sin partido político ni bancada. Además, en estos preparativos de otro Leviatán achorado, cuenta la insistencia por una Superintendencia que mañana por ejemplo, prohíba cursos de ciencias políticas. Es decir, un presidente autocrático —a la manera del turco Erdogan— está en el orden de lo posible. No de lo deseable. ¡Y pensar que votaron contra Keiko Fujimori para evitar autoritarismos!

Posdata :

Son más que inquietantes las recientes declaraciones del jefe de Estado sobre «los politólogos» (Somos, 10.12.16). En la persona de Alberto Vergara, un joven profesor de ciencias políticas hoy en París, se insulta al mundo universitario. Al parecer, el virus de la tentación totalitaria no ha abandonado el caserón de Palacio. Viajamos hacia el pasado. Se sube por las urnas, se desesperan los mandatarios y se montan poderes laterales. Cómo debe divertirse en prisión el inventor de los psicosociales, el doctor Montesinos.

 

Hugo Neira

 
Hugo Neira
12 de diciembre del 2016

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